domingo, 9 de febrero de 2014

Ciclogénesis y felicidad

Hace mucho que no escribo sobre la felicidad, hoy, con esta explosiva tarde ciclogenética tan desapacible parecía más tentador dejarse arrastrar por la melancolía, pero he decidido romper esa tendencia y volver a sobre el tema, a pesar de lo sobreexplotado que la tengo en el blog.


Le explicaré, ya que estamos aquí entre amigos, con una taza de café  y el televisor apagado, en torno a una mesa camilla rezando para que los árboles permanezcan asentados en sus raíces,  cómo conseguir, por fin, el Santo Grial del Capitalismo: la felicidad.

La buena noticia es que los neurotransmisores que necesita son son gratis, la mala es que se gastan pronto. 

Observé cuando era un crío que si venía a casa mi tía A, la cosa  iba igual de bien que cuando acudía mi tía B, pero si por una falta de coordinación  coincidían ambas, entonces la suma de las partes se convertía en un desastre de puzzle con final de opereta del que sólo podía sustraerme esnifando el detergente que se le quedaba pegado a los soldaditos de los botes de Colón.

Una vez que has pasado varias veces por el trance de la concatenación de tías, a la amígdala le cuesta poquísimo convertirlas en recurrentes fantasmas del castillo.

¿Y qué puede usted hacer para frenar a la dichosa amígdala? Introducirse de lleno en tareas mentales, aceptar la irritante presencia familiar de fondo y dedicar el esfuerzo consciente a lo otro, a las tareas importantes, como crear un fuerte protegido por  vaqueros apuntando al infinito.

Una cuestión más. Aparte de conseguir administrarse una dosis de sustancias acabadas en ina y evitar que la amígdala inunde el sótano,  hará falta algo un poco más difícil: darle a su vida, a sus días, un significado, acorde a sus valores,  una coherencia que le permita circular por sus días como si supiera a dónde va.