martes, 30 de abril de 2013

Amor y crisis


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La crisis ha hecho que los conflictos de pareja aumenten. Mientras antes apreciábamos picos en las demandas de terapia en unas épocas determinadas, ahora se está produciendo una especie de progresiva atemporalidad. Las discusiones propias de la convivencia estival tenían como referente salvador el regreso a la rutina laboral.  Ahora esa puerta iluminada al fondo es cada vez menos frecuente. En el horizonte sólo se vislumbra más de lo mismo. Si se gestionaban mal las diferencias, ahora a esa praxis se le une una creciente carga emocional, la percepción de que estamos "A puerta cerrada", como en la obra de Sartre.

Las tensiones propias de la incertidumbre sobre el futuro, el temor a las consecuencias nunca imaginadas, la desvalorización del rol social asociado a "desempleado/a",.. Toda esta carga pesa no sólo sobre el estado de ánimo, sino, obviamente, sobre todo aquello que nos rodea. Si antes disponíamos de más salidas de casa, con amigos o solos,  en las que ventilar las emociones o simplemente cambiar de escenario, ahora estas oportunidades se han reducido drásticamente fruto de la escasez de recursos económicos. La  vida imaginada se desvanece ante nuestros ojos y se hace muy duro reconducir de algún modo nuestra propia vida, cuanto más la de la familia al completo.

Hace unos días hablaba con un paciente  que me decía que no podía quitarse de la cabeza su futuro y eso no le dejaba espacio para ocuparse del afecto que le demandaba su esposa. Es como si dedicar tiempo a compartir amor fuera una especie de traición a su obligación de buscar trabajo o, al menos, a la de imaginar una posibilidad de trabajo.

Los problemas de gestión del tiempo se convierten en otra fuente de conflicto. Cuando la línea divisoria entre días de descanso y días de trabajo desaparece, cuando todo es tiempo libre, aparecen problemas en la gestión del mismo. A la ilusión inicial por aprovechar para aprender, levantarse temprano para buscar empleo, hacer deporte, compartir tiempo con los hijos,.. a ese proyecto compensador le sigue la cruda realidad de empezar a prolongar las noches, alargar el tiempo en la cama por las mañanas, pasar más tiempo pasivamente ante el televisor, descuidar la imagen,.. No son aspectos que se den en todos los casos, pero es un peligro real, incluso entre aquellas personas que tienen aficiones que podrían hacerles más llevadera su nueva vida. Como antes, en estos casos, o bien la persona se autocritica por hacer uso de estas actividades cuando debería estar buscando empleo activamente, o bien es la pareja la que le recrimina por ello.

Más del 30% de los desempleados y desempleadas actuales son ya desempleados de larga duración, con más de dos años sin empleo. No cuesta imaginarse las repercusiones que para la salud mental y la física tiene esta situación. A este coste añadido hay que sumarle la disminución de los servicios que podrían paliar estos trastornos o enfermedades derivadas, fruto de los recortes a que nos someten con asiduidad de gota malaya este gobierno inmisericorde,  más crueles por cuanto inciden recaen especialmente sobre aquellos que más lo necesitan. Teniendo en cuenta, para mayor indignación, que sabemos por las diversas investigaciones en contextos de crisis similares al actual, como reiteramos una y otra vez desde el grupo "Psicología y Crisis" en nuestras charlas, que aquellos países que incrementaron el gasto social durante las crisis redujeron considerablemente estas consecuencias en la población.

Sería bueno que los psicólogos y psicólogas no olvidásemos esto tampoco en nuestras intervenciones. Hay que explicar a los pacientes que deben tener en cuenta el contexto en el que se dan sus conflictos, que siempre que se pueda, que se impliquen en su resolución más allá de las cuatro paredes de su casa, que compartan, que reivindiquen, que hagan visible ese nuevo conocimiento sobre las verdaderas causas de este latrocinio, de este fraude travestido de sacrificio por el bien futuro que nos venden. Pero además tenemos la obligación de hacer frente a lo concreto, a ayudarles  a recuperar sus recursos personales para que puedan encontrar un espacio que les permita sentirse seguros y respaldados, que no sumen otra fuente de insatisfacción a las que nos han impuesto.

Contaré brevemente, en línea con el anterior post sobre terapia de parejas, una técnica clásica que utilizamos los psicólogos desde hace años. La llamo "El bote de los deseos". Consiste básicamente en que cada miembro de la pareja se hace con un bote en el que introduce diez papelitos con deseos personales concretos: "Comer en el marroquí de la esquina", "Un masaje a la luz de las velas", "Un ramo de tulipanes amarillos",.. De vez en cuando vamos al bote de nuestra pareja y pillamos un papel e intentamos cumplir el deseo que leemos.

Antes de aprender a gestionar las dificultades asociadas al nuevo estatus familiar, al nuevo patrón de convivencia, hay que garantizar que estamos fuertes, que nos sentimos respaldados y queridos por la pareja. A esto hay que dedicar el tiempo necesario. Si se intentan resolver los conflictos sin este colchón de seguridad, los reproches pesarán tanto que harán imposible no ya solucionarlos, sino que se afianzará la idea de que es imposible, autoafirmándonos en nuestras cerriles posiciones cargadas de razón.

Si en el horizonte de su vida familiar empiezan a aparecer discusiones sin fin sobre los mismos temas, le sugiero que vaya buscando un par de botes y  se centren en sí mismos, en la demanda de lo que consideran que podría ayudarles a sentirse mejor dentro de su relación. El resto le resultará más fácil.