miércoles, 28 de diciembre de 2011

Formas de amargarse en el 2012


En realidad esta entrada debería haberse titulado, "Formas de amargarse(o amargar) en el 2012". Entiéndame, para nosotros es preocupante que pueda llegar a cumplirse tanto deseo de bienestar adornado con copos de nieve, trineos y chimeneas.

Como en estas fechas suelo hacer un recopilatorio de casuística,  he aprovechado para sugerirle lo que ha estado más de moda para amargarse durante el año anterior, por si tiene a bien aferrarse a lo malo conocido y ponerlo en práctica durante el año entrante.

AMARGARSE EN PAREJA

No ha experimentado un alza espectacular, pero sigue siendo un motivo recurrente para amargarse, si bien es posible que no necesite muchos consejos para conseguirlo, me voy a permitir alguno que sigue mostrándose infalible año tras año.

1. Preguntar (o preguntarse, si prefiere el formato individual).

Por ejemplo:


 ¿Por qué no me escuchas?

Insista en esta pregunta a su pareja, ya sabe cómo acaba, no falla.

 ¿Qué fue de lo nuestro?

En la línea anterior, pero con más calado, permite replanteárselo todo. Si la suman a la anterior su psicólogo se lo agradecerá enormemente.


¿Por qué te pones así?

Pocas cosas empeorarán más una discusión que esta pregunta. Téngala siempre en su mente.

 2. Comparar

Si uno está mal, una buena forma de conseguir estar peor consiste en compararse con cualquier momento, real o idealizado. En pareja, ni le cuento lo útil que puede llegar a ser.

 3. Reprochar

Si quiere sentirse mal y que su pareja experimente lo mismo, bastará con que cada vez que aborden un tema determinado no deje pasar la oportunidad de reprochar algún error del pasado.

4. Quejarse

Un día, una señora con depresión lloraba desconsolada describiendo cómo sus amigos y conocidos se cambiaban de acera cuando la veían. Las quejas reiteradas alejan de nosotros  a todo aquel que puede permitírselo, puesto que su pareja no se encuentra entre los privilegiados, no me diga que no se lo van a pasar mal utilizando esta artimaña sin escapatoria.

AMARGARSE CON LOS HIJOS

Puede desprenderse por la presión popular que ejerce todo hijo de vecino sobre las parejas jóvenes, que los niños son la auténtica fuente de la felicidad, pero con el paso del tiempo y muchos años de análisis estadísticos en diciembre, he constatado que sí, que son la fuente de felicidad, pero de los psicólogos.

En el número uno, sin faltar a su cita anual, encontramos  un truco increíblemente fácil de instaurar:
¡Pedirle que haga las cosas 20 veces! Repetido un día tras otro lleva de cabeza a la consulta.En algún momento Constantemente, sus hijos se olvidarán de que tienen padres -salvo para las peticiones oportunas-, pero usted no podrá quitárselos de la cabeza casi en ningún instantede su vida; siempre habrá algo por lo que preocuparse.
 Siempre tengo la tentación de preguntar por qué no hacen lo que funciona a la primera, en lugar de enfadarse tanto en la vigésima, pero me contengo, obviamente.

Las tareas escolares son otra forma más moderna de amargarse con los niños. No entiendo cómo aprobaban antes las criaturas.

Relacionado con lo anterior, y si es tan amable de ir haciendo cantera para los gabinetes, podría reducir toda comunicación con sus hijos al tema de las tareas, ya sean de casa o del colegio. Ellos, tras un tiempo sólo pegarán portazos, gritos, etc., pero no desespere, con el paso del tiempo acabarán sentados en algún mullido sillón , contando  su vida a un desconocido semi-calvo y con gafas.

No obstante, tengo que reconocer que hablar de los niños permanentemente, en todos los contextos, venga o no a cuento, puede ser una estrategia de  anti-afrontamiento muy útil -para usted, para los demás será insufrible-, por lo que si su pareja, o usted mismo si quiere, se dedica a ello en cuerpo y alma debería pararle los pies haciéndole alguna pregunta del tipo: "¿Por qué no hablas de otra cosa nunca?" (Gracias, por anticipado)

AMARGARSE CON LOS AMIGOS

"¿Eres feliz?"  es mi pregunta favorita cuando quiero amargar a mis amigos. Funciona mejor cuando los veo relajados, como entregados al psicólogo en lugar de a Juan, entonces, claro, el amigo igual te pregunta si te has fijado en lo ajustados que llevaba los pantalones Pepi, pero el psicólogo tiene que mirar por lo suyo... La otra pregunta es una pregunta global, pero no acaba en la consulta, estoy trabajándola para ello. Consiste en preguntar al grupo: "¿Adónde vamos ahora?". Naturalmente no se pondrán de acuerdo y empezarán a aparecer las diferencias, los machos alpha, los agrupamientos,.. todo un interesante repertorio de conductas que me encanta explorar, pero que, ya le digo, pasa tras la segunda copa en el sitio que sea.

El año pasado, la que ha ganado la palma de oro en este apartado sigue siendo Tuenti, seguido de cerca por Facebook. Google+ todavía no ha aparecido en las listas. Ese afán por compartir intimidades y colgar todas las fotos del cumple (de tu amigo, claro), o de lanzar dardos en la intimidad del foro, ha funcionado igual de bien que el año anterior y no creo que disminuya en el próximo, afortunadamente.

Los desengaños también siguen de cerca en los primeros puestos. Para que un desengaño sea lo suficientemente útil a nuestros fines, es necesario que usted eleve lo más posible sus expectativas o bien que lo de todo pero esperando reciprocidad y atención plena.

AMARGARSE SOLO

Amargarse solo no tiene mucho mérito, hay tantas cosas dentro de nosotros y alrededor para ello que lo extraño es que no vayamos todos disfrazados de don Triste por las calles. Como sabe, si se dedica a la vida contemplativa, a rumiar sus miserias, tiene un amplio surtido de trastornos con los que vestirse. Lo normal es que incluso pueda ponerse vestido sobre vestido, depresión sobre ansiedad, pro ejemplo.

Por si todavía no ha probado este arte, le doy unas breves, pero útiles,  instrucciones. La clave esencial para  amargarse de forma duradera consiste en asociar lo malo que le sucede consigo mismo, es decir, evitar realizar atribuciones externas del tipo: "el examen ha sido difícil", "hay mucho paro", "aquella persona -la que me fastidió- tenía un trastorno o no lo hizo con intención",.. Es mejor: "Soy tonto", "Soy un inútil, no valgo para nada", "Lo provoqué",...

La alternativa contraria también puede provocar malestar, pero tiende a ser menos duradero, no interesa tanto.

La ansiedad viene bien porque suele implicar también a todo miembro activo de la familia, pero para que funcione necesita un buen trabajo individual de continua instrospección y vigilancia, olvidar que ningún temor ha llegado a confirmarse y declararse fervorosamente defensor de la ansiedad anticipatoria, para poder poner patas arriba todos los planes que pudieran acabar con el sufrimiento. Es de mis prefes, pero tengo mucha competencia, todos los psicólogos se rifan a las personas con ansiedad, no hay derecho.









jueves, 22 de diciembre de 2011

Amar y planchar la ropa


-Échate para allá.

Seguramente, unos años atrás, cuando la relación comenzaba, la distancia entre ambos nunca era lo suficientemente corta, pero ahora, una vez consolidada, sentados en el sofá, de pronto, se vive la cercanía casi como una invasión del espacio propio. “Échate para allá”, le dice. Cuando no, simplemente, actúa de hecho, empujando poco sutilmente para liberarse de la “opresión”.

No creo que el amor esté sobrevalorado. Es así de maravilloso. El problema estriba más bien en la sobredimensión, en la creencia de que esa efervescencia que anula cualquier espíritu crítico, que te hace entregarte sin reparos, de que ese “vivo sin vivir en mí, vuestra soy, para vos nací” –perdón, Santa Teresa-,  seguirá siendo así hasta comerse las famosas perdices.

“Creí que esto sería otra cosa”, podría ser la continuación, la segunda parte pocas veces revelada en el cine. Lo curioso, al menos en los casos que veo en la consulta, es que cuando llega alguien deprimido por una ruptura no deseada y repasa cómo era su vida de pareja antes, a uno sólo le quedan ganas de sacar el champán para brindar, pero ella o él están ahí delante, llorando desconsoladamente, intentando entender por qué ha pasado lo que ha pasado.
Una vez que empiezan los conflictos, las fases de resolución tienen más que ver con la intención de no prolongarlos, con la voluntad más que con la elaboración. Entonces se van acumulando reproches, se compara lo que imaginamos con la realidad y  el amor y la  plancha comienzan a mostrarse en el mismo plano.

Unos meses atrás acudió a la consulta una pareja. Acababan de separarse de mutuo acuerdo tras convivir un año aproximadamente. Él era divorciado y ella había tenido un par de relaciones previas que no acabaron bien. Al poco de conocerse comenzaron a salir, pasaban tanto tiempo juntos y siempre con escasez de horas para seguir hablando que decidieron irse a vivir juntos al mes de estar saliendo. No les costaba nada complacerse mutuamente. “No te levantes, cariño, te lo traigo yo”, podríamos titularlo.

En toda relación hay un momento en el que tienen que comenzar a establecerse los límites. En psicología sabemos bien, que cuando esos límites son difusos, los problemas comienzan a hacinarse con facilidad. Es algo que no se aborda nunca – yo no recuerdo ningún caso- abiertamente. Se van estableciendo a base de hechos consumados.

Lo que me llamaba la atención de esta pareja era el hecho de que justo cuando habían decidido separarse para tomar distancia era cuando habían comenzado a sentirse más libres dentro de la relación, habían recuperado las ganas de contarse cosas y acabaron con los reproches y los temores a ser engañados, así como las exigencias mutuas. Previsiblemente iban a pasar por otra luna de miel. Ahora estaban allí, sin tener muy claro cuál debería ser el siguiente paso para no repetir el proceso anterior.

He visto también a muchas parejas  en las que el desigual crecimiento de uno de ellos ha ido provocando de forma insidiosa  un socavón  en la relación, que ha hecho que, en un momento determinado, la misma se derrumbre de forma aparentemente inesperada.

El capítulo dos de una relación de pareja necesita un alto grado de maduración personal, sentarse con la ilusión de construir espacios que permitan el desarrollo personal, pero también de solventar la tortura de las rutinas diarias de forma que no deje cadáveres en el camino.

Como usted comprenderá, las parejas no llegan a las consultas cuando comienzan los problemas, sino más bien cuando están enquistados, y a veces, buscando que alguien externo certifique el grado de razón que tienen en sus quejas respecto al otro, por lo que pasan mucho tiempo poniendo ejemplos y más ejemplos que permitan corroborar su tesis. Si entre esos ejemplos aparece con insistencia el planchado de la ropa, empiezo a sospechar que habrá que hacer un proceso de reconstrucción del capítulo I, y sólo cuando –si es posible, se produzca la reconquista, sentarse a negociar las consecuencias funcionales de la convivencia.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

El síndrome de la vejiga tímida



Hace unos meses estuve en Londres, un día, paseando por el laberinto del mercado de Candem Town llegué a una sala de exposiciones con cuadros de The Beatles y un espacio para actuaciones en directo. Me pareció un sitio adecuado para hacer una paradita en el excusado. Al cruzar la puerta de taberna del oeste que daba al mismo, me encontré con un señor típicamente candemtiano, con su chupa de cuero negra con un dibujo de Iron Maiden en la espalda, sus botas con chapas de metal y una cresta rojo-imposible coronando la calva y haciendo más siniestra las calavera que adornaba el lóbulo izquierdo de su oreja (el derecho no me quedaba a la vista). Una vez recobrado del impacto inicial la vista se me fue al urinario, una especie de abrevadero de latón en el que se dibujaban con claridad -parda claridad, habría que decir- años de exposición continuada al mismo protocolo.

- Jai -dije titubeando. Podría haber dicho: Hi, man, pero me pareció excesivo para una primera cita en los urinarios públicos.

Seguramente mi voz no cruzó la barrera del sonido con el timbre adecuado como para que lo percibiera, así que ahora te quedas con la duda de si ponerte a su lado, meando en el pesebre  y mirando al techo o si vuelves a la sala y esperas hasta que salga. Como las piernas no me permitían lo segundo me quedé allí y con cierta dificultad fui soltando la botonera del vaquero mientras tragaba saliva y dudaba si encontraría o no algo con lo que orinar.

Justo ahí recordé, como entretenimiento distractor,  todos los casos de paruresis que he visto en estos últimos años y pensé que sería una suerte disponer de uno de estos abrevaderos colectivos para poder trabajar la última etapa del trastorno, porque el que lo supere ya puede colgar en su casa el diploma honorífico correspondiente.

Lo que resulta difícil es entender cómo no hay más casos, dado lo vulnerables que somos los hombres con la exposición pública de nuestra cosita y ese especie de competición de machos-alfa en torno al tamaño de la misma.

Acabar con el síndrome de vejiga tímida o paruresis no es especialmente fácil, requiere un grado de implicación muy alto. Muchos de estos pacientes han presentado tal nivel de ansiedad que son capaces de estirar el tamaño de la vejiga hasta límites increíbles, permitiéndoles estar jornadas enteras aguantando. Igual por eso los ingleses son capaces de beber esas jarras sin moverse del taburete.

Puede llegar a ser bastante deteriorante a nivel social  puesto que a veces limita mucho la vida diaria a través de rutinas tales como intentar no alejarse demasiado de casa, orinar siempre antes de salir, asegurarse de que los lugares a los que va a ir tienen cuarto de baño con pestillo interior (lástima que en aquella sala no hubieran caído en ese invento), etc. Casi más agobiante aún es la anticipación negativa ante las situaciones en las que prevén que no van a poder tener a mano los elementos que le proporcionan la intimidad necesaria, por lo que evitan  muchas de esas situaciones.

Aunque se suele asociar con la fobia social, no todos los pacientes que he tenido con este trastorno reunían los criterios para la misma. A veces son personas muy sociables, sin dificultades para relacionarse con sus iguales. Se necesita trabajar duro, como con todos los problemas relacionados con la ansiedad, pero al final merece la pena, aunque sólo sea para poder mear silbando y salpicando al lado de un hard-rock con un toque de punk.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

El hombre del saco. Salud colectiva, capítulo dos.



Supongo que usted será uno más de los muchos que estamos “cagaditos” cada vez que “los mercados” - ese ente abstracto y ubicuo (o sea, Dios)- anuncia el apocalipsis  por capítulos, a cada cual más angustiante.

Yo me crié con “el hombre del saco”, un señor terriblemente amenazante que cumplió con creces su cometido conmigo. Si alguien gritaba en el barrio: “¡¡Que viene, que viene,..”  yo corría de inmediato a mi casa y me metía debajo de la mesa de camilla, rezando y prometiendo no volver a jugar a los médicos con ninguna vecina.

Es un mecanismo de psicología básico, ya lo he comentado muchas veces por aquí. La carreterra que llega al miedo es una autopista; la que llega a la razón es una secundaria y con baches. 

Funciona tan, tan bien, que buena parte de las parejas y familias se especializan en los mensajes de ese tipo para mantenerse unidos y acríticos. “Si no haces esto que te pido significa que no me quieres”, “Todos los demás son más loquesea que tú”, “Fíjate en tu hermano lo bien que lo hace (inútil)”

Entonces, si es tan eficaz con los individuos, con las familias, en los coles,.. ¿por qué no aplicarlo de forma general, como el fluor en el agua?

No sé si conoce usted la “fábula de la espiral”. Igual no, porque no forma parte del proceso de socialización infantil. Se basa en desmontar un razonamiento aparentemente veraz: Si sube el petróleo, sube el transporte y sube… (ponga usted cualquier otro ejemplo), no tendremos más remedio que subir el precio de la gasolina. Todo sube, es una espiral. Bueno, un momento, esa no es la única posibilidad: en lugar de subir el precio, usted podría reducir sus beneficios (exagerados beneficios).

Da miedo imaginarse a los griegos, ¿verdad? Haremos lo que haga falta para evitarlo. Uf, tengo la tripita como cuando lo del tío aquel del saco.  Si hubiera otra posibilidad no creo que este señor al que no le llegaba la camisa al cuello o el otro, tan educado y enigmático, no nos la hubieran ofrecido.

El fluor evita la caries y el miedo la contestación social. Un país tranquilo sin problemas dentales, ¿se puede pedir más?

lunes, 14 de noviembre de 2011

Comerse una patata cruda



 


La segunda entrada en este blog hacía referencia a las metáforas como herramientas terapéuticas. Al igual que ocurre con la hipnosis, ni una ni otras podrían considerarse técnicas en sí mismas, más bien son vehículos que facilitan que lo que queremos conseguir llegue o  fluya  con más eficacia.

Desde esa perspectiva, su uso está determinado por el conocimiento del principio activo que se quiera aplicar mediante ese instrumento y, por otra parte, de la habilidad para transformarlo en algo cercano al paciente.

Los adolescentes están tan acostumbrados a los sermones que el mero hecho de ponerse delante de un adulto a hablar sobre el mismo tema de siempre (les estudios, por ejemplo) hace que se conviertan en sujetos-teflón, o sea, que les resbala bastante.

Contaré un caso a partir del cual incorporé patatas crudas en mi arsenal. 

Hace un año aproximadamente, llegó a la consulta un chico-teflón. La queja de los padres era que le iba muy mal en los estudios, pero él decía que estudiaba mucho. Conforme me contó cómo estudiaba y observé el resultado de las pruebas que le pasé, comprendí que buena parte de sus dificultades estribaban en la forma de estudiar, arrastrada desde primaria, cuando con una simple lectura o escuchando las clases de su maestro le bastaba para aprobar. A medida que los textos se fueron haciendo más complejos y extensos sus resultados fueron empeorando, pero él seguía haciendo exactamente lo mismo con lo que un día tuvo éxito (una práctica muy habitual, por otra parte).

Ese día había faltado un paciente y yo había aprovechado para salir y  acercarme a una tienda próxima a comprar unas cosas para la cena, entre las cuales se encontraba una bolsa con  patatas. Me levanté, fui al armario y cogí una patata bien grande, con su tierrecita y algún tallito emergente, y se la planté delante.

- ¿Te comerías esta patata?

El chico me miró por primera vez con curiosidad y no con la cara de “ya me va a soltar otra vez lo mismo”.

- No.
- ¿Por qué? – le pregunté.
- Porque está cruda.

Le expliqué que justamente eso era lo que hacía para estudiar: comer patatas crudas. Alguien escribía una patata-texto, pero si no hacía algo con ello difícilmente iba a tragársela-aprenderlo. Una vez que convinimos la obviedad del asunto, le pedí que me dijera qué podría hacer con la patata para comérsela por fin.

- Meterla en el microondas.

Por la rapidez con que respondió imaginé que era el electrodoméstico que mejor conocía de la cocina. No se esmeró en los preparativos como pelarla y lavarla, pero tampoco estábamos en una clase de cocina.
  
- Bien. Imagina que ya la hemos metido en el microondas y está blandita y comestible. ¿Te la tragarías ahora?
- Sí,… bueno… entera no,  la cortaría en trozos.

El resto de la sesión fue mucho más fácil. Le puse un texto y le pedí que hiciera algo al respecto, cocinarlo un poco, entender no lo que  hay que hacer, sino que hay que hacer algo, que es justo lo que no asumía este chico. No es que acabara la terapia ahí, simplemente se desbloqueó, permitiendo  que comenzara en ese punto.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Salud colectiva (I)



Este post va sobre la salud, sobre esa otra salud que tiene que ver con la higiénica salud del derecho de los pueblos a ser partícipes de su historia.
Cuando algo nos va mal en determinados ámbitos,  los seres humanos buscamos intuitivamente la causa con el fin de tomar medidas. Si los intentos de solución son infructuosos, las personas  pueden acudir a los centros encargados de restablecer el bienestar, entre los cuales estamos de alguna forma representados los psicólogos. Desgraciadamente, muchas veces perdemos la referencia colectiva y nos instalamos en la misma alienación que observamos a veces en nuestros pacientes. Tendremos que profundizar en estos aspectos.

No me extiendo, simplemente me hago eco de un correo que me ha mandado un amigo, uno de esos muchos que están sufriendo en sus carnes las consecuencias de lo que usted puede ver con profundidad y cierto asombro en el documental "Inside Job".
Se trata de un libro que ha tenido dificultades para difundirse. Pongo el enlace para descargárselo y una explicación de estas dificultades.

 Léelo y si te parece adecuado, continúa la cadena y difunde.

Este es uno de los enlaces desde el que te puedes descargar el libro:

http://www.attac.es/hay-alternativas-nuevo-libro-de-vicenc-navarro-juan-torres-y-alberto-garzon/

"Hace un par de meses, la Editorial Aguilar, mostró su interés por publicar
nuestro libro HAY ALTERNATIVAS. Propuestas para crear empleo y bienestar en
España, que nos prologó Noam Chomsky.
Cuando ya se había concretado como fecha de publicación el libro el 19 de
octubre y se había comenzado su promoción en la web de Aguilar y en librerías,
los editores nos comunicaron que la empresa deseaba retrasarla sin otra
explicación de por medio, lo que nos obligó lamentablemente a desestimar su
publicación en esa editorial. Se confirmaba así lo difícil que resulta
difundir en España, en los momentos en que son más necesarias que nunca -como
ahora en periodo pre-electoral-, ideas alternativas al pensamiento único que
predomina en el debate político y social. Para solventar esta situación hemos
optado por ofrecer nuestra obra gratuitamente en formato pdf a través de la
red y en una nueva edición impresa en Ediciones Sequitur que, con la
colaboración de ATTAC España, se ha arriesgado a publicar rápidamente este
libro que estará en librerías al precio de 10 euros a partir del 31de octubre.
Tenemos la firme convicción de que solo haciendo que la ciudadanía sepa lo que
de verdad está sucediendo en nuestra economía y divulgando las alternativas
que existen a esta aguda crisis del capitalismo podremos salir de ella con más
empleo y bienestar social, como demostramos en este libro.
Por eso llamamos a divulgar esta versión en pdf, a estudiarla y difundir sus
propuestas y pedimos a todos los lectores que se conviertan ellos y ellas
mismas en distribuidores del libro una vez que se encuentre impreso. Contra la
censura de los grandes oligopolios y el pensamiento único que imponen los
poderes económicos, financieros y mediáticos defendamos la pluralidad y la
libertad de pensamiento conociendo y difundiendo el pensamiento crítico."

miércoles, 26 de octubre de 2011

Dame un beso



Si usted es demasiado joven igual no recuerda el show de Benny Hill. Benny Hill era como la versión gamberra de Mr Bean. Recuerdo un sketch en el que hacía de exhibicionista. Se quedaba esperando a la puerta de un colegio y en cuanto aparecían un par de jóvenes, se abría la gabardina con cara de satisfacción. En ese momento, las chicas sacaban un cartón con la nota, como en la gimnasia rítmica o así,  que casi siempre era suspenso. Luego seguían paseando tranquilamente como si tal cosa.

Conozco a una persona fuera de la consulta que tras cinco minutos de conversación ya está contándote todos los esfuerzos que tiene que hacer en su vida diaria de esposa-madre-abuela-trabajadora. Las trescientas primeras veces eres condescendiente, pero a partir del medio millar comienza a ser desesperante saber lo que te espera como se te ocurra preguntarle cualquier cosa, aunque sea: "¿Lloverá hoy?". Todo arrastrará indefectiblemente hacia: "...y tuve que dejarle preparadas dos tortillas a las niñas, de esas que hago con cebolla crujiente y que le gustan tanto a todo el mundo.."
Un día se me ocurrió preparar un cartón con un 3,5 muy grande para cuando empezara a contar sus batallitas, luego no fui capaz de enseñarlo (lo que me contó ese día era para un 1,5 pelado).

En la consulta tengo unas cartulinas recortadas con puntuación variada. Se los entrego al sufridor o sufridora de turno para que cuando su pareja comience la retahíla saque según convenga el cartón con la nota pertinente.

Si usted se fija, aunque las historias cambien de contenido, hay muchas personas que acuden recurrentemente a un estilo determinado de comunicación. Es su forma de relacionarse. Las conversaciones siempre giran en torno a un monotema cuya figura central es la el narrador, ya sea en formato de  héroe o de víctima.

Sacar al paciente de estas narrativas tan habitualmente patológicas no es fácil. Fundamentalmente por la gran cantidad de refuerzo intermitente que reciben y por la falta de conciencia respecto a la relación entre lo que dice, cómo lo dice y lo que sienten, porque como imaginará, no le voy a estar contando los sacrificios del fin de semana riéndome a mandíbula batiente.

Así pues, una parte de la terapia consiste en darse cuenta justo cuando está ocurriendo. Los cartelitos de los sufridores ayudan. En un momento posterior le doy diez cartulinas blancas al paciente y le pido que la próxima vez las traiga rellenas con peticiones concretas. La que tengo en mis manos ahora mismo y ha dado lugar a que escriba el presente post dice: "Dame un beso".








miércoles, 28 de septiembre de 2011

Racionalmente emocionante




Una forma de sufrimiento extra es aquel que nos provocamos por pensar que lo que estamos sintiendo no es lo que deberíamos estar sintiendo, bien porque creíamos tener más recursos para manejar ese tipo de emociones, bien porque nunca habíamos imaginado que podríamos tener unos sentimientos tan poco edificantes y políticamente incorrectos.

Un profesor universitario, cum laude en raciocinio, sufre terribles ataques de ansiedad desencadenados porque no soporta los celos que padece. Los celos, algo tan primitivo e irracional.

La persona que se da un atracón tras haber iniciado una dieta estricta podrá tener ciertas molestias intestinales, pero es seguro que se retorcerá de dolor por el sentimiento de culpa y de incapacidad, por la pérdida de control que se había prometido no volver a repetir.

Creer que  podemos dominar lo que no nos gusta experimentar conlleva un trastorno bastante mayor, en numerosas ocasiones, que la propia experiencia en sí.

El otro lado de la misma moneda es el de las personas que necesitan tenerlo todo bajo control, y todo incluye sus sentimientos y emociones.  Carreras, parejas, amistades,..  determinados por la conveniencia más que por la afinidad o la ilusión, son un caldo de cultivo para futuras y duraderas sesiones de terapia.

Cuando alguien me dice que quiere dejar de pensar en un tema determinado, intento explicarle que en el mismo paquete se encuentran esos pensamientos que desea eliminar y las emociones que hicieron posible que el mismo se quedara grabado. Lo compró como un todo-en-uno.  De  hecho, cuando es capaz de hablar de ello con cierto sentido del humor, tiene la sensación de que lo controla.
El intento de racionalizarlo no  le va a ayudar tanto como el de ser capaz de experimentar otro tipo de emoción y repetir el proceso cada vez que quiera.

Si usted tiene miedo una noche en la cama, en lugar de intentar no pensar infructuosamente en aquello que le atemoriza debería a probar a pensar en algo que provoque emociones incompatibles con el miedo. Piense, seguro que le viene a la cabeza alguna.

Cuando  lo que le atormenta tiene solución, lógicamente lo que hablamos aquí no vale. Simplemente, entonces,  póngala en práctica, y si no puede, busque ayuda para eliminar los obstáculos, reales o imaginarios, que le impiden hacerlo.

Le voy a proponer un ejercicio simple al respecto de lo que estamos hablando.

Usted puede mantener un determinado pensamiento o recuerdo en su mente que le provocarán alteraciones, pero lo que no va a poder conseguir es que las emociones estén ahí todo el rato, aguantando el chaparrón, ellas necesitan un descanso.

Se trata de una técnica antigua que requiere supervisión clínica normalmente, así que hágalo sólo de prueba, si necesita más ya sabe. La llamo “la hora de amargarse”. Dedíquese en cuerpo y alma a amargarse voluntariamente, sin interrupción con el pensamiento que le atosiga. No haga otra cosa. Quédese así durante no menos de treinta minutos, hasta que le resulte aburrido,  y luego, si lo hace, cuénteme qué ocurrió.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

¿Cómo entrenar a un psicólogo?



Mientras me desplazaba a las dos de la madrugada en un sospechoso Mercedes color crema, cerca del Támesis, no tuve tiempo para intentar extraer algún aprendizaje de aquella extraña odisea. Los pensamientos negativos se sucedían y la asfixiante realidad nocturna de la zona sólo contribuían a darle visos de realidad a todos mis temores.

 Los futbolistas, los dragones e incluso, los toreros tienen entrenamientos específicos. ¿Cómo se entrenan los psicólogos? ¿Acaso es suficiente con leerse todos los manuales al uso, suscribirse anualmente a la selección de artículos de “Puestaldía” y debatir con otros colegas los casos hasta que uno vislumbra el norte? Evidentemente, no.
 A lo largo de mi vida profesional, en distintos entornos en los que se atendían a personas, he comprobado cómo ese nivel de servicio se prestaba con mayor o menor calidad dependiendo, no tanto del necesario nivel de conocimiento científico del técnico, cuanto por la calidad humana de las personas que lo ofrecían. Y seguramente, esa particularidad tiene bastante que ver con las experiencias vitales por las que ha transitado la vida del profesional en cuestión.

 Con la distancia, casi todos los negros se vuelven grises. Lo aprendí en fotografía y lo veo una y otra vez en pintura. Nada de lo que me sucedió en el viaje que voy a contar es especialmente dramático comparado con las miles de situaciones que habrán vivido otras personas en los mismos lugares. Pero, al menos, me ha permitido comprender mejor cómo se sienten cuando van perdiendo toda capacidad de control sobre los acontecimientos.

 Me hubiera gustado ver las caras que se nos quedaron en Facturación, en el aeropuerto de Sevilla, cuando la señora que nos atendía dejó pasar nuestra maleta y luego se puso a hablar por teléfono. Por un momento pensé que charlaba con un familiar, pero por la forma de mirarnos sospeché que se trataba de otra cosa.

 - Lo siento, hay overbooking. Es legal – se apresuró a decir.

A mí no me había dado tiempo todavía a asumir qué ocurría, como para preguntar si aquello  era o no legal, pero se ve que es la primera queja que recibe y la sirve gratis.

 - ¿Y ahora qué?
 - Se quedan en lista de espera, por si falla alguien.
- ¿Alguien? Somos cuatro.
 - Pues eso- dijo zanjando la cuestión.

 Aún consternados, nos fuimos despojando indolentemente de todo objeto metálico en la zona de control para acceder al área de embarque.

 - No, eso no hace falta – me señala de pronto una policía de Aena al ver que me estoy bajando los pantalones.

 En realidad, aturdido, estaba desnudándome de forma mecánica, como cuando suelto las cosas en la mesilla de noche, luego me quito el cinturón, zapatos, pantalones,.. Pero no, no era mi habitación.

 Sólo el hecho de tener que esperar a que todo el todo el pasaje suba para saber si cenamos Fish and Chips en Picadilly Circus o un sándwich mixto en el aeropuerto San Pablo, con las caras asomadas a las cristaleras de la sala rezando porque no apareciera nadie más, debería tener una indemnización extra.

 Las esperanzas se nos diluyeron cuando vimos aparecer a un equipo de futbol inglés completito, con su entrenador y el equipo médico.
Sin embargo, unos minutos más tarde, el amable personal de embarque de Vueling nos comunica con alegría que podíamos pasar los cuatro.
 Salimos corriendo por el túnel de la felicidad hacia el avión. Todo había acabado bien. Bueno, casi. Cuando estábamos colocando las maletas e intentando ubicarnos en los sitios disponibles (desplazando a un bebé a los brazos de su madre y el ipod del delantero centro del Blackburn Rangers al bolsillo de su chándal), con todo el pasaje pendiente, un azafata se dirige a mí:

 - ¿Es usted el que es?
- Sí –snif.
 - Lamento informarles que ha habido un error y tienen que bajar del avión.

 Volvemos cabizbajos lloriqueando por el túnel del terror, sintiéndote un poco una pelota Babolat, cuando de nuevo nos asaltan el ya familiar personal de blanco y azul. 

- Lo sentimos muchísimo, de veras,  pero sólo hay tres asientos libres. Si os quedáis todos en tierra no os indemnizarán y además…..- después de la frase “lo sentimos muchísimo” todo lo demás sonaba lejano, como a otra película.

 En esos momentos de subibaja lo que te apetece, en realidad, es volverte a casa a buscar la sombrilla e irte a la playa, pero con 297 pasajeros esperando una decisión, el piloto claqueando con el zapato sobre el acelerador y rodeados por cinco personas apuntándote con la vista al punto del cerebro en el que se encuentra la "prisa", lo único que se nos ocurre es: “Vale. Me quedo en tierra yo”.

 Un no-puede-ser, así-no, rapidísimo, tras lo cual actuamos en consecuencia.

El resto de mi familia se van sorbiendo los humedales de nuevo hacia el avión, batiendo el record, probablemente, de rapidez de embarque-desembarque-embarque del aeropuerto.

 En el siguiente capítulo, yo estoy de nuevo en la posición dos; esto es: en el mostrador de embarque, mirando el despegue del avión sin entender todavía qué había pasado, mientras el personal de camisa blanca y pantalón azul intenta consolarme y decirme cuáles son las alternativas, ninguna de las cuales escucho con claridad.

 - Perdón, ¿me pueden repetir..?

 Opción A: Quedarme en Sevilla a dormir-cenar-desayunar, levantarme a las cinco de la madrugada para coger un avión que sale a las ocho hasta Bilbao o hasta La Coruña. Esperar allí hasta media tarde y pillar otro vuelo hasta Londres y suponiendo que no se me cruzara un gato negro llegaría justamente un día más tarde.

 Opción B: Viajar hasta Málaga para coger otro vuelo directo –del que no saben por lo pronto su existencia real.

 Opción C: Ir de mostrador en mostrador de ventas de otras compañías para ver si sale algún otro avión esa misma tarde-noche.

 Sin tiempo para digerir voy actuando con el único deseo de que acierte con la siguiente casilla del juego para no caer en la del pozo o en la de vuelta a la primera. Opto por la C.

Tras visitar todos los stands de productos aéreos de las distintas líneas, me ofrecen uno de los tres últimos asientos en Ryanair para esa misma noche. Por el módico precio del triple de lo que se vende por Internet (esto todavía no lo entiendo muy bien) y aterrizando en Stansted, un aeropuerto a unos 60 km de Londres.

Justo en ese momento me doy cuenta de que ni me he quedado con ropa de abrigo, ni con libras, ni con alguna de las cinco guías con callejeros y frases de socorro en inglés que llevábamos. La cartera, el pasaporte, algunos euros, la tarjeta de crédito y la cámara de fotos. Vaqueros y mangas cortas.  That's all.

Pago. Saco el móvil y escribo un mensaje con cierta ilusión: "Es posible que llegue esta noche".
Después de darle a enviar, el teléfono me avisa para que lo conecte al cable que va en la maleta camino de London. Ya no sólo no podré jugar al MathManiac para hacer la espera más llevadera, sino que tengo que pensar cómo ponerme en contacto con mi familia.

 Espero las cinco horas y en una de las diecisiete vueltas por el aeropuerto escucho a un chico ofreciendo transporte en bus desde Stansted hasta Londres. Caigo entonces en que no había pensado cómo ir de un lado a otro, teniendo en cuenta la hora de llegada, la distancia y que no llevaba ni una libra para sobornar al piloto y que hiciera una paradita en Heathrow, que me venía mejor. Así que me llevo la primera alegría del día. La segunda fue el precio.
El chico me explica cómo identificar al autobús. Tampoco será para tanto, pensé.

 - Se llaman Terravisión. En cuanto dejes el aeropuerto los verás. Salen cada media hora, este billete es para las 11:30, como el avión llegará a las 11:15 y no tienes que esperar maleta y Stansted es muy chiquitito y…

 Increible. Me animó más en cinco minutos que todo el personal de Vueling en una hora. Cómo se necesita en esos momentos soplos de esperanza, que te guíen, que te faciliten las cosas,…

 El capítulo tres corresponde al vuelo con Ryanair. Todo aquel que haya volado con esta compañía sabe un poco de qué va la cosa. Es barata realmente –a no ser que te de por comprar el billete en el mostrador de ventas o lleves tres kilos más de la cuenta en alguna maleta-, pero adquieres el compromiso de empujar al avión por la pista hasta que despegue.

 Puesto que no quería sorpresas, en cuanta atravesé –por segunda vez ese día – el escáner anti-terroristas me compré un bocadillo y una botella de agua y me senté en el suelo junto a la cinta de la puerta de la sala de embarque. A los diez minutos había una cola de treinta personas sentadas en la  misma posición. Como en el cine, los asientos son sin numerar, así que el último ya sabe el lugar que le espera.

 Tengo suerte y una hora más tarde he pasado por el mostrador de embarque y no me han rechazado por tener cara de enfadado, así que diez minutos después estoy encabezando la misma fila de ingleses a pie de pista esperando no sabemos bien qué, porque cerca no había aviones de la compañía. Finalmente, un señor con chaleco reflectante y unos palitos naranja en la mano nos indica el camino. Bueno, esto es lo habitual. Salimos ordenadamente por el paso de peatones primero,  segundo, tercero,..  octavo,.. pero tras el zigzagueante trayecto hasta el avión tenemos la fortuna de que han puesto escalerilla y no liana para subir.

Elijo asiento. En cuanto apareció el carrito con las bebidas, mi compañera de viaje, una mujer mayor – o sea, unos diez años mayor que yo, quiero decir – no paró de beber vino. Unas botellitas de cuarto litro que se servía cada vez con pulso menos firme en un vaso de plástico aéreo. Con la puesta de sol, los pensamientos negativos que se cernían sobre mí  no paraban de avisarme para que no apartara la vista del vaso que intuía, tal y como había ido la jornada, se iba a derramar en el único pantalón que tenía. Y un pantalón manchado de vino junto a mi cara de árabe desbigotado eran dos ingredientes seguros para una detención de por vida en los calabozos del aeropuerto. Anticipación errónea. Al aterrizar, la señora de al lado me quitó a mí el cinturón y no daba con el suyo, pero no desperdició ni una sólo gota del tinto.

Stansted. 11:10 de la noche. Frío que disimulo recordando una célebre cita familiar: “Si no tienes ropa, ¿para qué quieres el frío?. Al menos no llovía. Nuevo paseo por la pista, esta vez ya todos corriendo. La tendinitis del pie derecho con la que me atreví a viajar facilitó que me adelantara hasta la acompañante ebria del asiento de al lado. Pero bueno. Ya estaba en Inglaterra, con un billete hasta Victoria Station. Sólo tenía que cruzar este pequeño aeropuerto y montarme en un TerraVisión. Luego pensaría en la siguiente jugada.

Nuevas colas inmensas para superar la barrera de apto para el territorio y otra ración gratis de rayos X. Lo que se antojaba otra larga espera se comienza a despejar de pronto. Se ve que todos eran sospechosos menos yo porque, de repente, estoy delante de una señora que me habla en un inglés perfectamente vocalizado que no soy capaz de traducir. Le pongo el pasaporte encima de la mesa, levanto los brazos para que me cachee o haga conmigo lo que tenga a bien proceder y entonces me suelta un amable:

 - ¿Itallanno?
- Oui – le respondo por abreviar, inmerso ya en una completa confusión.
- ¡¡Bella Itallian! - dice haciéndose la simpática.

 Hago un gesto con la mano que he visto muchas veces en “El padrino” y salgo pitando hacia la puerta de salida. Diez minutos para encontrar el bus. En medio me encuentro una tienda para cambiar divisas y aprovecho. Me dan una clavada importante, pero desplazo toda la atención hacia lo urgente.

 Ni la mochila con la cámara y los objetivos, ni el agarrotamiento del pie por la tendinitis impiden que me desplace como si conociera aquello de toda la vida, pero tras dar una vuelta al aeropuerto y encontrarme de nuevo en el mismo sitio de partida, decido practicar algo de inglés.

 - Plís, ser ¿Ekxit?

 El inglés con  bombín me señala el cartel que tenía justo enfrente, en rojo, con la palabra “EXIT” llamándome.

 Se me acaba el tiempo. Cinco minutos. Ya en el exterior. Parecía un día cualquiera de febrero en Huelva. Quinientos autobuses. Por fin, a lo lejos, veo un par de ellos con el letrero buscado: Terravisión. No hay nadie alrededor, así que pienso que todo el mundo está montado, esperándome seguramente. Detrás de mí escucho unos silbatos que me hacen pensar lo organizado que son estos ingleses que siguen dirigiendo el tráfico a esta hora. Con los silbatos se mezclan de repente unos gritos poco tranquilizadores, porque aquello ya parece más una señal de alarma, pero yo sigo a lo mío, acercándome a aquella explanada llena de autobuses que me llevarían a la cita soñada.

 Justo cuando llego a la altura para ver que están vacíos y me entra un cosquilleo de incomprensión por mi martirizado estómago, un par de agentes del aeropuerto me levantan en volandas por las axilas y empiezan a interrogarme con aire enfadado. Miro hacia atrás y veo los cordones de prohibido el paso que me acabo de saltar. Los agentes de la NBA me llevan un poco sofocados de nuevo a la zona de la que parten los autobuses. No sé muy bien qué he hecho, pero en medio de todo este barullo, antes de que llamen a sus colegas para encerrarme en Guantánamo, les enseño el billete de Terravisión y ellos, resoplando de mala gana, me señalan el que está a punto de partir.

 Seguramente, en cualquier otra situación de mi vida no me hubiera puesto con los brazos en cruz,  delante de un autobús lleno de ingleses con sueño a esa hora de la noche para que se detuviera. Pero la desesperación puede dar mucho de sí.

Tomo asiento, otra vez con todas las miradas dándome zurriagazos. Qué suerte, pienso, cómo voy superando todos los obstáculos. El viaje es lento, o se me hace lento, muy lento. Aproximadamente dos horas más tarde estoy bajándome del bus en Victoria Station. Afortunadamente, incluso antes de poner el pie en el suelo, un señor me pregunta:

 - ¿Taxi?
 - Yes.

Lo sigo hasta un Mercedes crema un tanto desvencijado. Me pregunta algo y por el contexto imagino que se trata del sitio al que quiero ir. Se lo digo. No se entera a pesar de mi perfecto inglés. Tras varios intentos fallidos entre su pakistanglish y mi spanglish, me saca un sucedáneo de Tom Tom para que teclee la dirección. Lo hago. Por la cara que pone creo entender que no tiene ni idea de dónde es, pero pienso que igual es que es nuevo en esto. No sé. La crisis, ya se sabe. Entonces me pide una cantidad desorbitada y le respondo que sí sin titubear, porque titubear era lo único que ya no me podía permitir. Le debió sorprender mucho que no regateara, ahora que lo pienso, pero claro, yo iba preparado para regatear con los tenderos de Candem Town, no con un taxista. Y él, por su parte, no se sofocó por el desprecio a la tradición, como hacían en “La vida de Brian”. Simplemente arrancó.

 Nada más salir de la estación compruebo asombrado que había una parada de taxis, que todos tienen la misma fisonomía, que no hay ningún Mercedes crema, ni blanco, ni Renault Megane, que todos eran como los de las fotos de las guías,..  Miro el salpicadero y allí no hay taxímetro alguno. Le miro la cara al conductor y compruebo que no tiene cara de taxista.  “Vaya – pensé- me he montando con un pirata. ¿Qué le voy a hacer?” La cuestión, al fin y al cabo, libra arriba o abajo, pirata o taxista de la casa real, era que ya iba camino a mi destino por fin y  que iba a poder empezar a olvidar todo el tiempo, desconcierto y cabreo del día.

 El señor pakistaní conduce con una mano mientras en la otra sostiene el pseudo-Tom-Tom que no habla. Me lleva por una zona un poco siniestra y de pronto –con los pensamientos que, ya sabe, se tienen en estos momentos – se me ocurre que igual va a secuestrarme y se está haciendo el despis con el aparatito. Para aliviar la tensión digo un par de frases de las que había entrenado estos días.

 - ¿Where are you from?

 Él me responde sin mirarme con un:

 - ¿Eh?
- Very nice… -prosigo, sin inmutarme aparentemente. Miro por la ventanilla y no veo nada lo suficiente nice, así que me quedo en mitad de la frase y el secuestrador sigue a lo suyo. Voy buscando pensamientos alternativos más tranquilizadores y cuando estoy a punto de afianzar una visión relajante de Hyde Park, el taxista pirata pega un frenazo en seco. Tras recoger el corazón del limpiaparabrisas veo a una mujer infinitamente más ebria que la inglesa pecosa del avión, con la cara desencajada y unos pelos que habrían desencajado a Jack el destripador. Está justo delante del coche, braceando, como dicen los periodistas deportivos. Si su cara, sus gestos y los gritos que daba los hubiera visto cuando tenía siete años todavía estaría pagándole a un colega para que me curara.

 - ¡¡Call the police!! – entendí que repetía señalando a otro sujeto que venía dos pasos detrás.

 No puede ser. ¡No puede ser!. ¡Esto no va a acabar nunca! Si usted ha visto la escena de “El resplandor” en la que el señor aquel, el bueno, se recorre medio país para llegar a salvar al crío que le pedía ayuda telepáticamente y entra en el hotel y todos los espectadores empezamos a entrar en calor y Jack Nicholson, sin mediar palabra, de pronto le arrea un hachazo y se lo carga, entenderá exactamente cómo me sentí en ese momento.

 El taxista mira a un lado y a otro y yo intuyo que más que llamar a la policía está sopesando si habría testigos para un posible atropello. Yo ya me veía en la comisaría, detenido por cómplice. Ese pensamiento fue muy fugaz porque el tipo siniestro estaba ahora en mi ventanilla y yo buscaba el seguro de la puerta y recordar alguna oración de urgencia para ateos y el taxista hacía cuentas de los años de cárcel por atropello y yo pensaba que estaban todos compinchados, incluido el chico que me vendió el billete en Sevilla y había llamado al taxista pirata para describir al pardillo cansado-asustado que se bajaría en la estación…

 Pero en lugar de aprovechar la coyuntura y quitarme la cámara, las libras, los zapatos, las plantillas para el dolor y la esperanza de que aquel viaje fuera de verdad de vacaciones, la pareja continúa su interrumpida discusión con derecho a golpes y en uno de los empujones él la aparta lo suficiente como para que mi amigo, el pakistaní, acelere y suelte una serie de improperios en su idioma natal que seguramente necesitarían poca traducción.  A mí se me escapa una risa nerviosa que le debe hacerle pensar que todos los italianos somos así de raros.  Miro hacia atrás por el retrovisor y veo a la pareja morreándose a brazo partido.

Treinta minutos después, cuando el tongo-tongo estaba a punto de quedarse sin pilas o él con capacidad de interpretación del mismo, veo en una esquina el nombre de la calle del hotel.

 - ¡¡¡Allí, allí!!! – le grito, señalándole la placa con el nombre de la calle.

 - Ok – suspira harto.

 Se mete en la calle, pero tenemos que dar dos vueltas porque a la primera no veo al hotel por mundo-diós en aquella road desierta a las dos y media de la madrugada. Para qué le voy a contar los pensamientos que tuvieron a bien asaltarme en aquel instante.

 Al segundo intento, ya más despacio, localizo un pequeño cartel indicador que apunta hacia un callejón ideal para descuartizar a cualquiera sin que nadie te moleste.

 - Here – le digo.

Para. Saco el dinero y me dice que no tiene cambio. Así que le digo que se lo quede para que el sablazo sea ya de consideración. Todo me da igual a estas alturas. Al fin estoy en el hotel.

Miro al Mercedes alejarse y mluego a o a un lado y a otro. Desierto. El frío ya puede hasta con los refranes. Pero bueno,.. Entro al callejón y llego,me encuentro delante del hotel. Unas cristaleras me separan de un señor, con pinta de hindú, que duerme apoyado sobre la pantalla del ordenador. La puerta está cerrada y observo que junto a la misma hay una botonera con números y la palabra CODE. Pongo “69” que es mi número de la suerte y le doy a CODE, pero la puerta ni se inmuta. Aporreo hasta que se despierta, pero el conserje se limita a señalarme la botonera. No me puedo creer que haya llegado hasta allí y ahora no tenga forma de entrar. Tengo la sensación de que lo único que ha sido normal este día ha sido ayudar a repartir entre los pasajeros los cartones de la suerte en el vuelo de Ryanair. Saco el pasaporte se lo pongo en el cristal, pero a él parece darle igual. En ese momento aparece en el callejón un hombre. Una de dos: o viene a liquidarme o es un huesped. Se confirma lo segundo. El señor pulsó tranquilamente los números y el CODE y aquello se abrió como la cueva de Alí Babá. Yo puse el pie en la puerta, como cualquier vendedor de libros de Planeta de toda la vida, y me colé en la recepción sin contemplaciones.

Tras media hora de disquisiciones intentando hacerle entender toda la batalla, pero sin lograr que me entendiera nada, cuando ya pensaba que me había equivocado de hotel, dado que es una cadena con muchos en la ciudad, se me ocurre pillar el teléfono que tiene junto al monitor del pc, así, sin pedir permiso, porque ya te da igual todo, y marco el móvil de mi mujer y…. ¡¡lo coge!!.

 Por megafonía suena una melodía que indica el final, final feliz porque el personaje en cuestión ignora lo que Vueling está preparando para la segunda parte, así que se dirige gaceleando por el pasillo de parqué hacia la cama blandita que le permitirá andar nueve horas al día siguiente a pie cojo por el mercadillo de Notting Hill.

martes, 23 de agosto de 2011

Adiós a la ansiedad: solución nº 5






Llegados a este punto, usted ya es una persona libre. Ha dejado la ansiedad atrás y puede mirar el futuro con optimismo. Si no es el caso no importa, tenga en cuenta que aún nos quedaba el último y definitivo cartucho.

Vamos a hacer un breve resumen previo.

Recuerde que su objetivo no debería ser tanto “quitarse la ansiedad”, como aprender que es justo el temor que le tiene a la misma lo que ha convertido ese taquicardia o esa sensación de ahogo en un problema de estas dimensiones. Muchas de sus conductas están relacionadas con la prevención y cuando está en ese proceso, el mero hecho de pensar que pueda fallar algo desencadena la sintomatología temida. Así pues, espero que haya entendido que, salvo que exista alguna causa orgánica que lo justifique, lo único que hace su cuerpo es obedecerle. El problema es que usted no sabe que le está ordenando algo. De forma que empieza a identificar a agentes internos o externos como responsables de su mal, y es ante esos que señala sobre los que actúa, con lo cual será imposible que acabe manejando lo que realmente le ocurre.


Cuando su psicólogo le pregunte cómo se encuentra y usted le diga: “Bastante mejor, hace mucho tiempo que no noto esas sensaciones”, él se sentirá tentado de despedirse alegremente de usted con cara de triunfador, pero en tal caso es muy probable que vuelvan a verse en el mismo sitio algún tiempo después. No se trataba de notar o no esas “sensaciones”, sino de no temerlas, igual que no teme los dolores de cabeza aunque no quiera, por nada del mundo, que le entren.

La número cinco es en realidad la primera que vendemos en los consultorios: aprender alguna técnica de relajación más o menos básica en función del nivel de alteración que presenta la persona.
Si estuviera impartiendo uno de mis seminarios de autoconocimiento en la sierra onubense (The Cow’s Contemplation ® ) le enseñaría una técnica de respiración que justificara lo mucho que ha pagado por aprender a conocerse mejor (un afán muy noble que nunca he comprendido muy bien, pero que es bastante rentable para los que te aclaran quien eres en realidad). Pero como estamos aquí, entre amigos y con ron de por medio, nos vamos a dejar de mística y parafernalia.

Mire usted, se trata de que sea capaz de respirar a un ritmo determinado, sin más. Cuando consiga hacerlo y mantenerse así durante el tiempo necesario, sin volcar pensamientos incendiarios continuamente, logrará la venerada tranquilidad por la que tanto suspira.

Ponga en marcha el cronómetro del móvil y cuente sus respiraciones por minuto. Márquese como meta estar durante cinco minutos seguidos (no vale 1, luego, tres, y a los diez minutos, dos; tienen que ser seguidos), mantenerse entre 8 y 12 respiraciones por minuto. Permita a la rama noble y apacible de la familia hacer acto de presencia: la parasimpática, que viene a ser como la Mary Poppins del cerebro.

Ahora toca despedirse del serial por capítulos. La próxima vez que charlemos sobre ansiedad le tocará a un trastorno específico.

Un saludo cordial.

jueves, 18 de agosto de 2011

¿Es usted perfeccionista?






Son las dos de la madrugada, sabe que tiene que levantarse temprano, pero aún no está satisfecho con el resultado de su trabajo. Es más, el tiempo que dedica a maldecir el día en que lo aceptó va ganando terreno respecto al que dedica a la realización del mismo. Su pareja le sugiere que se acueste ya y usted le contesta con un grito. De pronto nota una sensación de opresión en el pecho, como si le faltara el aire, y una marabunta de hormiguitas suben desde sus dedos en procesión hacia un incierto destino.


Un paciente, dueño de una tienda de regalos, me cuenta que se lleva horas para envolver un paquete porque nunca está suficientemente satisfecho, teme tanto enfrentarse a esa tarea que ha acaba contratando a alguien para que la realice, pero que al final tiene que volverlas a hacer él porque siempre le encuentra defectos a los que hace la trabajadora.



La escuálida muchacha que me mira sonriente desde el otro lado de la mesa justifica el rígido control que ejecuta sobre su escasa alimentación. “Tengo que mantenerme, si no, engordaré como una foca”. Gracias a ese “mantenimiento” ha perdido tantos quilos que ahora su organismo está más ocupado por la supervivencia que por dejarle energía para razonar con claridad.



La madre de otra paciente describe las horas y horas que pasa su hija estudiándose los temas. Nunca le parece que se los sepa lo suficientemente bien. A pesar del tiempo que le dedica, se siente insegura, quiere tener la certeza no ya de que aprobará, sino de que sacará buena -sobresaliente- nota. En el instituto están muy contentas con ella: “Es tan responsable”, la halaga la tutora.


Una queja habitual de la pareja del perfeccionista es la del abandono de las actividades de ocio, de las salidas familiares, incluso del descenso de las relaciones sexuales. Todo ello derivado del excesivo tiempo, ocupación y escrupulosidad que le dedica a sus “obligaciones”. Esa rigidez e imposición de normas se reflejan en las molestias que les causa cuando se alteran sus rutinas y cómo va organizando su vida para que eso no suceda. M. llevaba años yendo a cenar con su familia al mismo bar todos los viernes, cuando le planteé cambiar desplegó una sorprendente capacidad para racionalizar su comportamiento, lo que, sin duda, le permitía sortear con soltura cualquier propuesta externa y haría desistir a familia y amigos de volver a sugerirle un poco de color en la monotonía reinante.



Tenerlo todo bajo control tiene que ser muy estresante. Si los cuerpos humanos hubieran seguido la misma tónica de los últimos años en la fabricación de electrodomésticos con fecha de caducidad tras un periodo de uso, seguramente los perfeccionistas habrían desaparecido de la faz de la tierra. Pero no, nuestras células y demás estructuras orgánicas aguantan “carros y carretas”. Un día el cuerpo y/o la mente empieza a protestar, claro. Pero esas quejas se muestran habitualmente alejadas de su verdadera causa.


En general, acuden por problemas de ansiedad, que prolongados en el tiempo han derivado en problemas del estado de ánimo. O están extremadamente susceptibles - se enfadan si una mosca cambia la dirección de su vuelo- o se han obsesionado con algo, o… Rara vez son conscientes del verdadero trasfondo de su problema.
Ser perfeccionista es un lujo para el empresario que lo contrata. Es cierto que muchas veces puede ser un lujo temporal. Pero da gusto ver la capacidad de trabajo, entrega, prolongación de jornadas, organización,… que tiene este empleado ejemplar. Eso mismo lo comentan en su entierro:


- Una pena lo del infarto… era tan buen trabajador.


La línea que nos permite distinguir el sano afán por mejorar respecto a la patología del perfeccionismo, es cómo interfiere en su vida, hasta qué punto y en qué áreas está afectando
Ya sabe, si nota que le molesta escuchar a los demás porque le parece que pierde el tiempo, si parece que existe un listón que le marca a dónde tiene que llegar para poder sentirse satisfecho en casi todas las tareas que emprende, si se cambia de ropa cinco veces antes de salir o se queda delante del espejo una hora buscando la sombra de ojos más adecuada, si su familia ya no se acuerda de cómo era su cara,… es muy posible que sea usted un perfeccionista.


Vivo sin vivir en mí, y tan alta vida espero, que muero porque no muero. Como ve, tiene suerte en el fondo, el perfeccionismo es posible que le otorgue la santidad a través del sufrimiento. Para algo habrá servido llevar veinte años haciendo la cama sin un doblez.

martes, 9 de agosto de 2011

ANSIEDAD, SOLUCIÓN Nº 4: LIMPIAR LA CASA




Cuando le explico esta técnica a algún paciente, indefectiblemente se producen dos cosas: el/ella me borra de sus favoritos y su pareja pone cara de regocijo.

Si usted ha leído otras entradas anteriores sobre el tema o bien se ha documentado al respecto, sabrá que la ansiedad viene a ser como una especie de recarga rápida del organismo con la intención de que haga algo con ello. Da igual qué, puede correr o pelearse con el vecino, para eso le prepara esa percepción de peligro que le angustia.

Es una técnica políticamente correcta, muy ecológica, puesto que se trata, en el fondo, de aprovechar la energía acumulada, de no derrocharla. En el futuro es posible que haya un comité que penalice a aquellas personas que, una vez que se han administrado una dosis alta de adrenalina, la dilapiden dándole vueltas y vueltas a los peligros que, intuye, se ciernen sobre ella.

Tengo que advertirle, no obstante, que esta tarea es peligrosa para quienes su ansiedad cursa a través de un trastorno de tipo obsesivo, puesto que pueden convertir la limpieza en un ritual para tranquilizarse.

- No tengo ningún problema en que sea así – me dice su pareja.

Lo que no sabe su compañero/a es que luego no podrá volver a sentarse sobre la cama recién hecha, dejar un libro sobre la mesa del comedor o un plato fuera del lavavajillas.

Es decir, de lo que se trata no es, en sentido estricto, de que limpie la casa, sino de que lleve a cabo cualquier actividad productiva, de esas que suelen tener pendientes las personas con ansiedad porque empiezan a abandonar su entorno y a centrarse más en evitar todo lo previsiblemente horroroso que podría ocurrirles si bajaran la guardia. Si la limpieza doméstica no es su actividad favorita (cosa rara), le sugiero que elija cualquier otra que además le proporcionaba placer. En mi caso elegiría cocinar, montar en bicicleta, fotografiar bodegones de higos (como el de la foto) y otras cuya naturaleza me reservo por la presencia de menores en la sala.

Ya sabe, si sufre de ansiedad es usted un acumulador de energía con piernas. Si además cree en esas cosas de la energía cósmica, los chacras, etc. podría crear una organización y hacer reuniones en torno a una batería, todos cogidos de la mano. Piénselo, acaba de descubrir la parte positiva de tanto sufrimiento estéril.

miércoles, 29 de junio de 2011

Solución nº3: Describir



Si usted tuviera infradesarrollado el córtex probablemente se gastaría muy poco dinero en psicólogos (gracias, señora evolución). Esta tercera entrega habla sobre el papel de dicha zona y cómo sacarle provecho a lo que sabemos de ella.

A los psicólogos de corte cognitivo-conductual, o sea la mayoría actualmente, nos encanta la psicoeducación. La psicoeducación viene a ser como los cursillos prematrimoniales: tú vas para que te case, pero el señor cura dice que vale, pero que antes te tienes que enterar de unas cosillas. Nos encanta psicoeducar.

El papel de la interpretación en el empeoramiento progresivo en los trastornos de ansiedad es uno de esos temas recurrentes en la fase de sermón introductorio. No nos centramos mucho en el pasado, no porque no pensemos que no tiene peso en la forma en que afronta la persona este problema, sino porque creemos que le va a resultar más útil comprender cuál es su papel en lo que está experimentando actualmente, bien a través de los síntomas que relata, bien mediante esa anticipación horrible que hace de casi todo.

Observe el siguiente dibujo:





Una vez que se han descartado trastornos orgánicos que pudieran explicar la sintomatología, planteamos esta ecuación. Para que usted sufra un ataque de ansiedad es necesario que se den conjuntamente las dos premisas anteriores: que note unas sensaciones corporales, por ejemplo, taquicardia u opresión en el pecho, y que piense que eso significa que le va a dar un infarto o que se va a desmayar, o algo similar. Si usted piensa que se va a morir de un infarto pero echa una mirada inquisitoria a su corazón y el órgano está latiendo plácidamente, no llegará a sufrir un AP. Si nota su corazón cabalgando desmelenado, pero se dice a sí mismo, “estas escaleras me van a matar”, será consciente de que necesita hacer más ejercicio físico, pero no llegará al AP.

Usted acude al médico para que le quite la dichosa ansiedad. El galeno, como es natural, le prescribirá ansiolíticos o antidepresivos, de esta forma el primer término de la ecuación tenderá a aminorar hasta no ser significativo y usted podrá tranquilizarse. Si usted decide visitar a un psicólogo, éste le explicará que el problema está en el segundo término y luchará por convencerlo de que es ahí donde debe centrar su acción. El paciente, o sea usted, se resistirá: “Pero si yo estaba tranquilamente en el sofá… ¿cómo va a ser mi cabeza la causante del AP?” Efectivamente, la mala no fue su cabeza. Sus pensamientos se limitaron a prender la soplar sobre la primera chispa que saltó y a procurar que no faltara leña. Del fuego en sí ya se encargarán otros.
Después de una hora de psicoeducación estará o bien muy cansado del debate socrático y de la charla argumentativa o bien se habrá echo fan incondicional del club de psicólogos de su provincia.


Ya ha sido psicoeducado, centrémonos de una vez por todas en lo que le ha traido hasta aquí.

Usted está en el salón con su esposa o esposo, que también acude a terapia, viendo la tv y en ese momento le sobreviene uno de esos temidos subidones de ansiedad. Cinco minutos más tarde, el único córtex disponible en la casa es el de su pareja, que no hace más que insistirle en que recuerde lo que hablaron en la consulta, que respire de tal o de cual manera, que… Usted lo que querrá es que se calle de una vez y que le deje concentrarse en esos asquerosos síntomas que suben por su pecho como si estuvieran asaltando una empalizada en la edad media. En esa situación crítica su pareja vendrá temblando con papel y bolígrafo y saldrá corriendo antes de que se los arroje, luego usted debería empezar a escribir, podría empezar por acercarse a la realidad desde una perspectiva temporal con todo detalle:

“Hoy, veintinueve de junio de dos mil once, estando en mi casa de…, a las … horas, junto a mi… que está vestida…. y al gato que duerme en el sillón de al lado,…noto…. y el corazón va a .... pulsaciones por minuto, estoy respirando… veces por minuto… confundo la o con la a y algunas lucecitas se asoman desde algún sitio en mi vista, un cosquilleo de hormigas en las manos y mareo…”

Como sabrá, al sistema límbico no le dio tiempo a terminar primaria. Eran malos tiempos para la escuela, si quiere obtener un ejemplo de cómo funcionaba la cosa y el papel tan insignificante que tenía el razonamiento en aquella época puede ver uno o dos episodios del reality Supervivientes.
El único que aprendió a escribir en la casa fue el córtex, ese trozo de casco superpuesto que nos duele tanto tras tres horas a pleno sol. Si usted consigue articular su brazo y coordinarlo con sus deditos para imprimir letra tras letra con cierto sentido, observará sorprendido cómo la ansiedad va cediendo terreno.

Su cuerpo en realidad es un mandado. Si le dice preparado para la acción, él se pone en posición de al ataque sin rechistar, pero si a usted le da por transcribir lo que sucede, en lugar de lo que cree que está sucediendo o va a suceder, su cuerpo se dedicará a la cow’s contemplation® (es la marca que voy a registrar para el tratamiento de la ansiedad).

Si por casualidad, tras un rato dándole a la muñeca empeora y le tira el bolígrafo a su pareja, vuelva a leer lo que escribió y observará cómo en lugar de describir “…110 ppm”, escribió “… me va a dar un infarto”. Recuerde, por último, que se trata de describir no de interpretar.

lunes, 20 de junio de 2011

ANSIEDAD. SOLUCIÓN 2: SENTARSE EN EL SUELO




Tendemos a sobrevalorar la capacidad de raciocinio que poseemos. Tomamos decisiones continuamente y de no ser por los heurísticos que nos proporcionan nuestras emociones estaríamos bloqueados cada dos por tres. Le voy a poner un ejemplo simple. Usted asiste a un curso de cinco días. Llega el primero y se sienta en un sitio de su elección. ¿Dónde se sentará el resto de los días? ¿Qué cree que habrá influido más en su decisión: razones o temores? Es más, en el curso hay cinco filas de sillas, llega el primero y se sienta en la segunda, ¿dónde se sentará el próximo, delante, a su lado o detrás?

Nos gusta vernos como más racionales de lo que somos en realidad. Buena parte de nuestro comportamiento esencial está regulado por cuestiones de índole emocional: temor, seguridad, necesidad de aceptación, etc., Después sí, después usted tiene una gran capacidad para racionalizar ese comportamiento. En caso contrario estaríamos en un bucle insufrible. Si es usted un fumador entenderá perfectamente lo que le digo, pero aún lo va a entender mejor cuando deje de fumar.

Si quiere manejar su pensamiento deberá entrenar bastante duro. Le recomiendo encarecidamente que vea la película “Un cuento chino” en el que el protagonista se aferra a unos rituales estrictos que le permitan dar sentido al sinsentido que creyó que tenía la vida, hasta el punto de ahogar sus propios sentimientos amorosos.

Esta introducción me sirve para explicar una cosa frecuente en la consulta. Personas que quieren meter en cintura a sus emociones simplemente por decidirlo. ¿Por qué no me hacen caso mis pensamientos? Si me digo, no me puedo poner nervioso durante la entrevista, ¿por qué no me sirve?

Lo que le propongo hoy está indicado para aquellas personas en las que el componente cognitivo tiene un gran peso, esas que se repiten continuamente: tengo que controlarlo, tengo que controlarlo,…

Si se encuentra en casa, elija el espacio de la misma que le resulte más desagradable, váyase allí, que nadie le moleste, siéntese en el suelo, ponga el reloj en marcha y durante veinte minutos dedíquese a imaginarse lo peor que le sugiere su ansiedad: que se va a morir de un infarto, que va a ocurrir la catástrofe temida, etc. Si nota que se distrae con otra cosa, recuérdese para lo que está allí, no está bien traicionar a sus pensamientos ansiógenos con menudeces del tipo dónde aparqué el coche.
Puede adaptar esta técnica para otros lugares, no hace falta que se siente en el suelo en la calle. Puestos a desestabilizarse, mejor observarlo de cerca y no mezclándolo con los vaivenes de la cotidianeidad.

Últimamente, en nuestras ciudades, usted habrá visto a muchos chicos y chicas sentados en el suelo, en alguna plaza o delante de algún consistorio. Están poniendo en marcha lo que planteo aquí. Tienen una serie de pensamientos comunes que les producen desazón y han confluido en un espacio común para hacer un mantra colectivo, que es posible que tenga más fuerza incluso que el individual que le sugiero. Le digo esto para que vea hasta qué punto promete ser eficaz esta técnica.

P.D.: Sí, también vale una silla.

miércoles, 15 de junio de 2011

CINCO SOLUCIONES INFALIBLES CONTRA LA ANSIEDAD. 1. ¿Y QUÉ?


Coja el malestar que le atormenta y pruebe a ponerse en jarras delante de él.

- No vayas a....
- ¿Por qué nooooo?

Lleva mucho tiempo no yendo a... no haciendo... y sin embargo no parece que esté mucho mejor. Nada de lo sucedido hasta ahora ha conseguido matarlo, infartarlo, desmayarlo, volverlo loco,.. Sí, sí, ya sé, ha sido gracias a esas maniobras de última hora, ir a urgencias, salir corriendo del restaurante, no hacer nada que pudiera ponerle en peligro.


Cuando el movimiento del 15-M en Cataluña ha anunciado que no dejarán pasar a los parlamentarios, la policía les ha comunicado que eso es ilegal. Su respuesta ha sido esta: "A veces, lo justo no es legal". Igualmente, lo adecuado no tiene por qué coincidir con lo más fácil, con lo que apetece. Puede elegir seguir tomando medidas contra lo que teme o ponerse en posición de valiente "en jarras".

Suelo comentar en la consulta que hay dos tipos de medidas: las que tienen que ver con lo evidente, por ejemplo, tomar una pastilla, no ir a un sitio, huir, comprobar si ha cerrado el gas. Luego están las otras, menos accesibles a la consciencia, las que prevén mentalmente las medidas adecuadas. Por ejemplo, pensar "me sentaré cerca de las puertas, llevará una chaqueta para que no se note la transpiración,..". Es otra forma de tranquilizarse que habitualmente tiene el mismo resultado negativo que la anterior.

- Si me equivoco sentiré que todos me miran - me dice la paciente.
- ¿Y qué? - le pregunto realmente interesado en saber por qué es tan malo que a uno lo miren, con la de cosas que hace la gente en televisión para conseguir lo mismo.
- Pues que pensarán: "Esta tía es tonta"
- ¿Y qué? - también lo piensan muchas personas respecto a las asiduas de la telebasura y, por lo que parece, cobran una pasta.

Normalmente, confundimos el "creo que no voy a poder soportarlo", con el "soportarlo" o no, en la realidad.

Entre la primera cita y el "¿y qué?" transcurre un tiempo. Las personas adquieren un conocimiento más preciso sobre su problema, los mecanismos implicados y la forma de manejarlo. Se habrán marcado las pautas para ir acercándose progresivamente a lo temido. Todo ello imprescindible, seguramente. Pero si quiere quitarse definitivamente esto que lo aminala, ponga cara de Clint Eastwood y acompáñela de esa frase mágica una y otra vez.

miércoles, 1 de junio de 2011

Cambia la mesa de sitio


Hace unos 26 años, en Madrid, cerca del Palacio de la Moncloa, un tal Imanol Arias leía el “Manifiesto por la paz” con el que concluyó la marcha convocada por la Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas y en el que se pedía un referéndum vinculante. Por primera vez en la democracia, todas las organizaciones progresistas, salvo el PSOE, trabajábamos codo con codo por un fin común. Miles de asambleas, de horas ilusionantes, de propuestas que se quedaban reflejadas y trascendían.

La contundencia de la manifestación nos hacia presagiar una victoria. Todo el trabajo anterior cobraba sentido. El convencimiento de que aquello daría paso a una democracia participativa era completo. Luego vino la famosa pregunta-trampa. La derrota. La desaparición progresiva del movimiento. El desencanto. El poder volvía a los despachos. Los utópicos se entregaron al pragmatismo, compensando su militancia activa con la participación en ONGs de diversa índole.

Aquella época estuvo marcada por el descubrimiento. El descubrimiento progresivo respecto a qué consistía el cambio esperanzador que prometió el PSOE y por el que consiguió una mayoría absoluta con la cifra más alta de diputados hasta la fecha:202.El neoliberalismo travestido de chaqueta de pana fue convirtiendo el trabajo estable en temporal, institucionalizando todo el movimiento reivindicativo, desde el pacifista hasta el sindicalista, el vecinal en cursos de macramé.

Por aquel entonces, mi palabra preferida y la de otros muchos, era “alucina”. No paraba de “alucinar”, por mucho que conociera el papel de la socialdemocracia a lo largo de la historia, no encajaba del todo como estos señores de verbo machadiano iban colando uno detrás de otro el plan de empleo juvenil, las Empresas de Trabajo Temporal, el recorte de las prestaciones por desempleo, el medicamentazo,.. “Alucina, tío”.

Un amigo mío dice que todos los nombres de las urbanizaciones hacen referencia justamente a lo que han destruido para construirlas. Así, en la urbanización Los Pinares los miles de frondosos pinos se han quedado en cuatro para que den sombra a las tumbonas de la piscina. Igualmente, todas aquellos procesos de “reconversión industrial” más que a un cambio en las directrices y el modelo económico de la ciudad o la región, que es lo que uno piensa que quiere decir “reconversión”, dieron paso a un erial deprimido, cuyos habitantes sobrevivían con el sustento de todas las promesas necesarias y los subsidios sempiternos como recurso final.

Casi todas las movilizaciones más grandes de nuestra historia reciente se han organizado contra ¡un partido de izquierda!. Algo iba mal: o todos los manifestantes eran de derechas, o el partido no era de izquierda.
De la pana se pasó a la ropa de diseño. Del cuatro latas al Audi. De los valores y la ética al todo vale.
Desprestigiar la política, convertirla en algo ajeno a su fin. Embrutecer el discurso hasta el punto de limitarlo a “que viene la derecha” o “los rojos se van a cargar este país”, o sea, a tratarnos como a imbéciles que ven el mundo así de simplificado.

También recuerdo –lo escribo para que el deterioro cognitivo no me obligue a tener que leerlo en Google con el paso del tiempo- la operación “ciempiés”, a cargo del abanderado del “ala de izquierda del PSOE” y azote de la “derechona”, Alfonso Guerra, en la que se captaron a parte de los cuadros más importantes del partido comunista para sus filas. Así es la cosa, unos volvieron a las minas o a sus claustros y otros a unos cómodos sillones, ahí en el fondo oscuro y servil del partido.

Bien, ya estamos en una partitocracia, gestionada por el gobierno de turno, con sus listas cerradas diseñadas por el secretario provincial correspondiente en función del servilismo demostrado, de estómagos agradecidos, la falta de control ciudadano sobre los compromisos electorales contraídos, la anulación de cualquier vestigio de lo que imaginamos en las postrimerías de la dictadura que iba a ser esto. ¿Conoce usted algún medio de comunicación que cuestione las reglas del sistema?

Como dije antes, y como usted imaginará o puede que recuerde, todo lo anterior tuvo mayor o menor contestación social en la calle. Los palos se repartían más alegremente que ahora en las manifestaciones, eso sí, pero tampoco crea que están muy desentrenados, por lo visto el otro día en Barcelona.

No sólo el movimiento anti-Otan logró movilizar a una parte importante de la población. La huelga general del 14-D de 1988 fue seguida por más de ocho millones de personas y se consiguió retirar la reforma laboral y que se incrementara el gasto social. Luego la dejación y el entreguismo de organizaciones sindicales y partidos a la izquierda del PSOE nos abocaron de nuevo a tragárnoslas. El nihilismo tácito imperante: esto es lo que hay; lo mejor que puede haber.



Hace unos días hemos tenido elecciones. Los resultados para el PSOE han sido calamitosos. IU se ha convertido en un elemento bisagra para que esos resultados puedan ser maquillados de alguna manera, así que los líderes del PSOE andan presionando para llegar a acuerdos anti-derecha. Curiosamente, la historia, vuelvo a recordar, ha demostrado que la co-gestión, la participación en gobiernos que no han dejado de llevar a cabo políticas anti-sociales por el hecho de tener un aliado izquierdoso, ha ido minando el electorado de IU: puestos a que nos gobierne el PSOE, mejor lo votamos directamente. Como leí en un blog hace años: hay partidos que por querer estar, van a dejar de ser. Le pido que haga el siguiente esfuerzo adivinatorio. En 1993 el PSOE no ha obtenido mayoría absoluta, el otrora presidenciable Felipe González tiene que optar entre CIU e IU para poder gobernar, ¿a quién cree que eligió?

Presente. El movimiento del 15-M ha roto ese mensaje de abatimiento, despertando nuevamente la ilusión. Volvemos a hablar de política, creemos que es posible cambiar las cosas. Los problemas se debaten, se plantean soluciones, se trasladan al resto de la sociedad,...
Ya nada será igual. Los que acaban de adquirir conciencia de que pueden desempeñar otro papel ya no podrán dejar de saberlo. Eso lo aprendí en “El libro rojo del cole”, ese que enseñaba cómo quejarse de un profesor o cómo organizar una protesta: Si estáis hartos de contemplar la nuca y la espalda de vuestros compañeros, cambiad la disposición de las mesas. Las organizaciones católicas lograron que se secuestrara y desapareciera. Se han reeditado todos los libros y enciclopedias de la Falange, pero de la reedición de éste no tengo noticias.

Hay líderes individuales y hay líderes colectivos. Hasta ahora, el movimiento se presenta como un líder colectivo anónimo, pero un líder en todo caso. Hay una especie de espera expectante por conocer medios de acción específicos. Las propuestas navegan por la red o aparecen escuetamente en la prensa escrita. Faltan los mecanismos por los cuales esas propuestas van a ir respaldadas por acciones concretas. Ya sabemos qué. Lo que tenemos que articular ahora es cómo.

jueves, 19 de mayo de 2011

KM. 0: INDIGNACIÓN








Una compañera de trabajo me contó que su madre, cuando veía en televisión hablar a personas de otros países en su idioma, solía santiguarse y decir: “¡¡Gracias, Dios mío, por darnos una lengua tan clara!!”.

Recordé esa historia mientras Pablo, un amigo al que no veía hace años, desgranaba su experiencia en el país al que se fue a trabajar, allá en el África subsahariana. Una democracia nueva, forjada sobre una larga dictadura salpicada de batallas y levantamientos tribales.
Dice mi amigo que existe una opresión silenciada y silenciosa, porque está basada en la idea de que esto es lo mejor que se puede tener. Los candidatos que salen elegidos van colocando en puestos de responsabilidad a todos aquellos que han mostrado lealtad suprema, por encima de que tengan o no capacidad suficiente para los cargos, con lo que se ha creado una especie de oligarquía de ignorantes y presuntuosos, que gestionan la economía y los recursos según sus intereses particulares, y que machacan –enfatiza Pablo- a todo aquel que ose enfrentársele.

Cambiaron las plantaciones de algodón por tierras subvencionadas de girasoles, que se recogen con una maquinaria que elimina de golpe toda la mano de obra anterior. Por lo que la falta de previsión y preparación ha llevado al país a unos niveles de desempleo desconocidos. Ahora, los fibrosos trabajadores se han convertido en tabernarios panzudos, que malviven con recursos sociales miserables, temerosos de que algún cambio político pueda implicar perder tales supuestas prebendas.

La ilusión inicial por el cambio ha dado paso al desencanto y finalmente, a la resignación. Una ola de nihilismo se extiende como una mancha espesa que va cubriendo al país. Nadie quiere implicarse. La política ya no se ve como una forma de trabajar para la colectividad, un puesto de prestigio y respeto, sino como una forma de conseguir beneficios particulares y partidistas. Esta actitud ha propiciado el arribismo de mediocres sin escrúpulos, cuyo único mérito es tener un carnet del partido en la cartera y haber hecho las suficientes genuflexiones como para que te sangren las rodillas.

La impunidad es casi total. Los casos de corrupción que llegan a los tribunales son siempre de hombres de paja, títeres a los que se les ha puesto en cargos intermedios para que asuman responsabilidades en caso de necesidad.

Nadie cree las consignas electorales, porque luego tienen poco que ver con lo que realmente se hace.

- El clientelismo, los enchufes, la prevaricación,… Un ambiente insufrible… - comenta Pablo- Y ahora llego aquí, y me encuentro con un montón de insurgentes protestando por cómo van las cosas. ¡Ya me gustaría a mí que se dieran una vuelta por allí!.

- Es verdad – le digo yo- tendríamos que dar las gracias a Dios por tener una democracia como la nuestra.

Apuramos la cerveza y nos fuimos a buscar la tienda de campaña y los sacos de dormir.




















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