jueves, 27 de mayo de 2010

Salmorejo de remolacha



- Todo se ha ido desmoronando y no me he dado cuenta. Ahora lo miro y no me gusta imaginarme que el resto de mi vida tenga que transcurrir así. No estoy muy segura de si sigo queriéndolo.

En cuanto aparece una duda se comienza la recolecta. Escogemos, de forma selectiva, aquellos recuerdos coherentes con nuestro actual estado de ánimo. Los que confirman nuestros pesares.

- ¿Cómo crees que se siente él? – le pregunto.
- No sé… posiblemente confundido al verme tan distante.

Tendemos a pensar que la comunicación válida es aquella que transcurre mediada por el discurso verbal. Nos extraña ver la actitud defensiva de nuestra pareja o de nuestros hijos cuando decimos la estremecedora frase: “Tenemos que hablar”. No he conocido a nadie que la utilice para analizar lo bien que va todo, sobre cómo le gustaría que las cosas siguieran por ese cauce. En esos casos no nos paramos. Una vez le pregunté a unos padres de un niño tipo Daniel el travieso que qué hacían cuando el niño estaba jugando tranquilamente. Se miraron extrañados y me respondieron al unísono: “¡¡Sentarnos en el sofá y no respirar!!. Todos sus esfuerzos estaban centrados en las conductas disruptivas. Cuando hacía lo adecuado no le daban ni la limosna de una mirada complaciente. Así, igualmente, vamos gestionando nuestro malestar interior. Luego un día, una vez elaborado el discurso lo sacamos a la luz pública. Pedimos explicaciones. Anunciamos medidas.

En la espléndida serie “Tell me you love me”, una de las parejas lleva más de un año sin hacer el amor. Tienen dos hijos. Todo parece ir estupendamente. De pronto ella descubre una mañana a su marido masturbándose. ¿Cómo es que cubre de esa forma sus necesidades? ¿qué pinto yo en su vida? . Comienza a cuestionarse la relación y va a visitar a una terapeuta. El marido lo encuentra absurdo. “¿Acaso no nos queremos? ¿No es suficiente?”. A lo largo de los capítulos vamos descubriendo qué es lo que ocurría en realidad. El mundo interno de cada uno. Cómo han ido ocultando sus propias emociones incluso a sí mismos.

Un día, de pronto, queremos abordar lo que vivimos de forma problemática. Antes ha habido intentos parciales. Ahora queremos una sentada oficial. ¿Aprendimos en algún momento a hablar sobre nuestros problemas o pensábamos que el amor acabaría con todos los obstáculos?

Entonces, a veces, algunas de esas parejas acuden a consulta. Quieren abordar un problema pero compruebo que apenas saben cómo plantearlos sin que ese hecho, en sí mismo, no se convierta en un problema adicional que enturbie lo que verdaderamente se quiere abordar.

En esos momentos, entre otras cosas, saco mi libro de recetas y les pido que hagan algunas de ellas. Tiempo atrás hacían cosas juntos, luego se repartieron las tareas como si fueran una empresa. Ahora hacen salmorejo de remolacha.

Un bolsa de remolacha. 50 g de aceite. 10 g de vinagre, 1 diente de ajo, un par de pellizcos de sal, miga de pan.
Todo a la batidora (yo empleo la Thermomix) hasta que quede con la textura típica de salmorejo. Yo lo sirvo en copa, rematándolo con ralladura de queso de Los Balanchares (cabra) con esa maravilla de Microplane.

- ¿Cómo va la cosa?
- Regular, pero ¿tienes más recetas?
(La foto es de un salmorejo de fresas que presentamos en un concurso hace un par de años. ¡Qué fijación con los salmorejos!)

jueves, 20 de mayo de 2010

La mejor postura es la del misionero




De los miles de pensamientos diarios que nos pasan por la cabeza sólo nos detenemos en aquellos que han sido marcados emocionalmente, el resto van al contenedor de pensamientos estériles. Al filtro que utilizamos para determinar a cuál le voy a poner una cucharita de amor o un cuarto de libro de enfado lo llamamos “creencias”. Ese filtro empezó a pespuntearlo mamá y entre el cole y su grupo de iguales pusieron el resto de las puntadas básicas. De esa manera se hizo seguidor del equipo de futbol, militante,...

- ¡El siguiente! ¿Equipo de futbol?
- La Mollerusa
- ¿Partido político?
- Partido de los trabajadores cansados del Kurdistán
- ¿Primer amor?
- La Paqui
- ¿Creencias básicas?
- Los catalanes son tacaños, los andaluces juerguistas, la mejor postura es la del misionero, no se puede estar triste un sábado y en el cine se come gusanitos sin mantequilla.

- Aquí tiene el carnet. Ya puede salir. ¡¡Siguiente!!

Una forma sencilla y barata de sufrir es exigirse o exigir que lo de dentro o lo de fuera se ajuste a sus creencias.

- Quiero dejar de pensar en él. ¿Dígame cómo?
- En la película “Olvídate de mí” parece que encontraron un truco rentable, pero actualmente lo único que le puedo ofrecer es ayuda para pensar en otro. El borrador de memoria no está disponible en este momento.

Una vez que adquirimos el kit de creencias de supervivencia, nuestras conductas, nuestros pensamientos, nuestras emociones viajan todas en la misma dirección.

La buena noticia es que puede modificar las creencias que le estén resultando molestas, si se atreve a descubrirlas.

Veamos un ejemplo. Cojamos a seres profundamente dogmáticos, digamos, a unos ultras. Invitémoslos a un debate televisivo en el que para participar tienen que aceptar una serie de reglas. Ya sabe usted que muchas personas son capaces de ladrar en el escenario si eso les asegura salir en la televisión. La regla fundamental consiste en que ¡¡¡tendrán que defender justamente los razonamientos y justificaciones de sus enemigos acérrimos!!! Les damos un material para que se preparen y tras unos días de estudio y concentración los sacamos para que defiendan con vehemencia justamente aquello que odian profundamente.

Se trata, en realidad, de un experimento ya clásico de psicología social. El resultado curioso es que tras ese ensayo, las creencias respecto al grupo político defendido habían cambiado, se había abierto uno ventanita en la pared de hormigón.

No voy a relativizar diciendo que todas las creencias son igualmente respetables. Lo que sí es cierto, es que algunas de ellas son una consecuencia de cómo nos comportamos y no al revés. La concursante de Gran Hermano que grita airada: “Yo digo la verdad a la cara, porque yo soy muy clara”, justifica ese comportamiento en base a una “buena razón”. Luego no soporta que eso mismo lo hagan con ella, pero bueno. De lo que no es consciente esa persona, en realidad, es de que seguramente tendrá un trastorno de tipo externalizante, por ejemplo, hiperactividad, que conlleva una alta dosis de impulsividad que hace que se actúe sin meditar demasiado. Una vez que uno se comporta asiduamente de una manera determinada, comenzamos a justificar, argumentar y construir todo lo necesario para evitar lo que llamamos disonancia cognitiva: hacer una cosa y pensar lo contrario.

Su comportamiento es observable, sus creencias no. Las medimos a través de lo que hace. Las cambiamos modificando lo que hace. No por querer sentirse de otra manera lo va a conseguir, pero sí por actuar de forma diferente.

Le hago una propuesta, escoja a alguien que le caiga mal, alguien cercano o a alguien sobre quien tenga puesta una etiqueta que parece ajustársele como a un guante, y esté durante un par de semanas comportándose con él o ella como si fuera justo lo que quisiera que fuera y no lo que le parece que es. Ya nos cuenta.

viernes, 14 de mayo de 2010

Cómo hablar con Dios (y que le responda)



En nuestra tienda tenemos una serie de productos con poca salida. Posiblemente influya en ello que no estén a la vista, porque, dicho sea de paso, son como de contrabando. Uno de ellos es la posibilidad de interactuar con alguna deidad, a elección. Cuando pequeñito, rezaba al pie de la cama acompañando la oración con la cara de bueno que tuvieron a bien suministrarme mis padres. Al cabo del tiempo fui cogiendo confianza, por lo que me aventuré a hacerle una serie de preguntas al Señor, como por ejemplo, si Joaquina llegaría a hacerme caso o si podría aconsejarme algún truco efectivo y definitivo. Esperaba la respuesta un rato, con los ojos cerrados, pero el resultado siempre era desalentador.

Lástima que no me hubieran llevado a un psicólogo.

- No quiero una solución. Quiero disponer de hilo directo con el Solucionador.

Eso le habría pedido. ¿Para qué tres deseos pudiendo tener la varita? Pues no, los clientes llegan y te piden un deseo. A nadie se le ha ocurrido todavía solicitar algo con más trascendencia. Si usted, como imagino, es un fiel lector o lectora del Antiguo Testamento, igual le ha resultado curioso encontrar a tantos buenos ermitaños hablándole abiertamente a Dios y, lo que es más sorprendente, a Éste respondiéndoles con camaradería. El secreto es simple: el hombre se despide de su familia, con su cantimplorita de piel de camello rellena de agua como único sustento, para pasar una temporada en el desierto, que es por donde parece que Él se deja caer más fines de semana. Tras un tiempo de ayuno Dios se le aparece y comienza la conversación. El resto ya lo conoce.

En la anorexia el centro de interés no es la trascendencia metafísica, sino su propio cuerpo. Tras ese ayuno sostenido, la alteración de su esquema corporal es muy resistente al tratamiento. Piense. Su esposo ermitaño vuelve a casa con tres pliegos anotados con mandatos divinos directos recogidos durante la conversación. Convénzalo de que fue una alucinación.

Una vez puse un par de libros sobre la báscula. Cogí un caramelo del bol y le pregunté a una chica con anorexia: “¿Qué crees que ocurrirá si lo pongo encima de los libros?”, “Subirá unos gramos”, acertó a decir. “¿Y si te lo comes tú?”, “¡¡Uf, el azúcar engorda mucho, seguro que se me nota enseguida!!”, respondió azorada.

Lo malo es que esta chica llega a la consulta queriendo permanecer así de delgada, lo que acarrea que en su intento de mantenerse, empeore. Ese es el camino que ha elegido para sentirse feliz. Me resultaría más fácil ayudarla si me pidiera que le recetara directamente felicidad, sin aditivos, colorantes o intermediarios.

¿Necesita alguna receta?

viernes, 7 de mayo de 2010

El punto intermedio




Hace poco, en mi tierna adolescencia, con una mano me dedicaba a servir copas de ginebra a señores con la nariz dibujada por translúcidas marañas varicosas y con la otra a leer a Silver Kane. En aquel antro paraba mucho marinero. Era un lugar de paso entre el barco y su casa que acababa siempre de la misma manera: abrazados a alguien como si lo conocieran de algo más que por compartir dos horas de bacaladillas y tercios. Yo diría que en realidad, no querían llegar nunca a su destino, fuera uno u otro. Había un punto intermedio más cómodo, un club Pickwick que ni te alejaba, ni te secuestraba. Imagino que sería una especie de paralizante temor a la cárcel flotante o a la cárcel con chimenea y timbre.

- Échame todas las que tengas de Estefanía.

Me dejaban una maleta repleta de novelas, yo la vaciaba buscando novedades compradas en algún puerto. Luego las cambiaba, una a una, y la volvía a llenar. De regalo solía colarle el “Lib” y a otros, algún cómic de Milo Manara.

Las conversaciones en aquel tugurio de barrio estaban completamente despojadas de retórica. No existía un mundo interno y si aparecía se ahogaba inmediatamente en alcohol por prescripción de algunos de los muchos facultativos que pululaban alrededor del que intentaba exponerlo. Toda charla se estructuraba en torno a lo concreto. No es que no hubiera almas descarnadas, simplemente no tenían hueco junto a un tatuaje de ancla y amor de madre. Para estar a tono con la situación, yo solía beber Mahou y fumar Winston de contrabando. La Mahou tenía por aquel entonces un cuerpo que invitaba a cogerla por el gañote, como en el cine negro americano, pero yo estaba inmerso en un profundo proceso de cambio revolucionario y me pasé a Mencey, que probablemente haya sido la peor marca de tabaco negro de la historia, gracias a lo cual hoy sólo soy adicto a las películas de Woody Allen y a las fantasías masculinas tradicionales.

Una de las cosas que comprendí fue que, en muchas ocasiones, en la solución está el problema. Ese punto intermedio, que te ofrece cierto nivel de confort comparado con las otras dos opciones, te va atrapando, te encallece el codo y te suministra un embarazo cervecero hasta que, finalmente, estás siempre en ese lugar, ya sea bebiendo y compartiendo, ya sea deseando beber y compartir.

Cambié la barra y el descarnado hormigón del suelo con colillas de Bisonte, por la mesa de despacho y la acogedora tarima flotante. Pero nunca he olvidado aquel aprendizaje sobre lo pernicioso que es dedicarse a vegetar encima del malestar, en ese valle de margaritas silvestres, huyendo de las pedregosas colinas que te llevan allí donde la gente alterna los dolores de tripa con cenas con vela y puesta de sol.