jueves, 28 de mayo de 2009

¿Cómo aparca usted? (1)



Entre las conversaciones más estimulantes y menos fructíferas entre colegas se encuentran probablemente aquellas que versan sobre los trastornos de personalidad. Me recuerda a esos episodios que ahora se antojan tan lejanos, en los que uno de los varones del grupo decía de pronto: "A mí una vez en la mili...", y a partir de ahí todos saltábamos, como un resorte mecánico, con el anecdotario militar sin importar si venía o no a cuento con la historia inicial.

- Tengo una persona con trastorno límite que...

Cuando escucho esto ya sé que vamos a empezar, igualmente, a acordarnos de todos esos casos tan complejos en los que un día llega alguien a la consulta aquejado de una depresión o de un trastorno de ansiedad y se marcha con un trastorno de personalidad bajo el brazo, tan campante y por el mismo precio. No es demasiado frecuente, pero tampoco inhabitual.

Una paciente a la que le gusta visitar páginas de psicología por internet me preguntó hace poco si los psicólogos podíamos saber así, a simple vista, si una persona tenía o no un problema de esa índole.
- Sí, -le respondí- nos basta con mirar cómo aparcan. - Le aclaré, cargándome así, de un plumazo, uno de los secretos mejor guardados en el gremio mentalista.

Normalmente utilizamos unos criterios de continuidad en el tiempo, de rigidez y escasa flexibilidad ante los cambios, de patrones que interfieren en su vida cotidiana dando lugar, con más o menos frecuencia, a trastornos más visibles para la persona, tales como los citados. Pero si necesitamos colocar una etiqueta ipso facto, bastará con ver determinados comportamientos cotidianos, como por ejemplo, el aparcamiento.

Si usted quiere jugar a amargarse encontrándose síntomas que revelen que sufre uno de estos trastornos puede seguir leyendo esta y la siguiente entrada, en caso contrario cambie de blog o bien dedíquese a escuchar la música que he colgado del post.

Este recorrido por los distintos trastornos de personalidad lo recuerdo vagamente de algún libro de psicología, pero guardando el espíritu del mismo vendría a ser así:

El paranoide se montaría en el coche y diría: "¡Otra vez me han arrrinconado!". El esquizoide intentaría aparcar lo más lejos posible de cualquier coche y el esquizotípico, sobre el contenedor verde de reciclaje, que vendría a ser como un estacionamiento intergaláctico. Un antisocial aparca siempre en doble fila, y si es posible en una salida de emergencia. El límite estrellaría su coche contra el de la amante y el pasivo-agresivo procuraría ocupar tres plazas. El del narcisista no hace falta que se esfuerce mucho, es aquél tan lujoso que ve a lo lejos. El dependiente aparcaría en una zona concurrida, cerca de otros coches familiares. Si el coche está aparcado en medio de la acera y escucha una música estridente salir a borbotones desde las ventanas bajadas, ahí acaba de salir el histriónico, pero si quiere saber qué es un aparcamiento perfecto, a menos de treinta centímetros de la acera y alineado al de delante y al de atrás, atienda a cómo aparca el obsesivo. Si es usted un evitativo nos costará encontrar su coche, probablemente lo tenga en una esquina, semi-escondido.

Cuando usted sea capaz de reírse de su forma de aparcar el coche estará ya desprendiéndose de las ataduras, rígidas ataduras, del aparcamiento.




miércoles, 20 de mayo de 2009

El revolucionario tierno

Ha muerto Benedetti. Recuerdo que cuando era un adolescente leía poesía de contrabando envuelta en periódicos oficiales. En la parada del autobús abría aquel libro forrado con el ABC o el MARCA y colgado ya dentro del bus, en las lianas de aquellos viejos y chirriantes cacharros, compartía los versos con otros que se adentraban por encima de mi hombro.

En principio buscaba combustible revolucionario en sus letras, pero al poco lo que hallé fue a Cyrano ayudándome con mi particular Roxana. En Castilla del Pino, fallecido también hace unos días, sí encontré motivos para la reflexión puramente ideológica, para indagar en lo que se escondía tras el alienante y gris contexto. Es una buena ocasión para releerlo y darse cuenta de la diferencia entre su visión del feminismo y la actual y oficial.

Cuando acababa de leer a del Pino me entraban ganas de salir a empapelar las paredes; tras leer a Benedetti necesitaba compartir la primavera que se me metía en la barriga.

En una de esas reuniones de aprendices de rojo con melena, oíamos a una persona recitar a Benedetti y una compañera me dijo: "Es un revolucionario tierno"

miércoles, 6 de mayo de 2009

¿Hacer o sufrir?: la sartén voladora



Historias. Nos traen historias a la consulta. Nosotros devolvemos otras historias. Hacemos tortillas y sofritos con las narraciones. Yo además, las dibujo.

Hay, por ejemplo, un patrón de historias basado en situaciones inescapables, situaciones sin solución más allá de la aceptación de lo inevitable. Hace unos días, tanto dentro como fuera de la consulta me contaban el sufrimiento con que vivían algunas de ellas.





Usted tiene su proyecto de vida, imagina un paso y el siguiente. Cuenta con sus fuerzas y confía en ellas y en las de su compañero o compañera para llevar adelante lo imaginado. Pero algo inesperado sucede. No entraba en el guión, o al menos no entraba tan pronto o con esa magnitud. Un familiar enferma o sufre un accidente. Es un familiar muy cercano, aunque puede no depender completamente de usted. No importa; tiene que implicarse. Tiene que prescindir de un tiempo para ocuparse y desgraciadamente también comienza a dedicar tiempo a preocuparse.





La situación se va prolongando, empeora, las personas que están alrededor, sus hermanos, sus padres, los otros, en suma, que comparten con usted la responsabilidad comienzan a tener comportamientos extraños, una especie de "sálvese quien pueda". Se produce entonces una sobrecarga del que aguanta al pie del cañón. Le asaltan pensamientos en los que no se reconoce acerca de su familiar enfermo y también del resto de la familia. En esta espiral comienza a tener dificultades para distinguir entre hacer o sufrir. Puede estar lavando a su familiar y sufriendo al mismo tiempo. Es más, estará en su cama, lejos de su familiar y seguirá sufriendo, buscando la forma de escapar, de salir, pensando en lo que va a durar, en si será capaz de resistir, sintiéndose culpable, resentida con otros comportamientos, se mostrará tensa con sus otros familiares, triste, sus conversaciones girarán una y otra vez en torno a esto y eso agotará a los otrora dispuestos a apoyar y creará más tensión. Sus momentos de ocio nunca estarán libres del todo, sino teñidos de ese pozo de amargura.





Recuerdo un día mirando por el patio interior de mi antigua casa, en la que vivía con mis padres. Veía incrédulo bajar desde mi cocina del sexto piso aquella sartén San Ignacio llena de aceite sin freír entre los tendederos con ropa impoluta. Un segundo antes la acababa de arrojar en un momento de desesperación. El ruido que hizo al llegar al suelo no fue nada comparado con el de los vecinos vociferando en el patio. Nunca he vuelto a gastar tanto dinero en sábanas y otras prendas que jamás utilicé para mí. Aquel episodio me hizo reflexionar. Fue como tocar fondo.





Reconozco ese dolor y esa desesperación cuando la oigo en otras historias.





Tras aquel episodio decidí cambiar la forma en que me estaba enfrentando a la situación. Cargué una mochila -una mochila verde que siempre tenía colgada en el recibidor de la casa para poder echar mano de ella cuando saliera corriendo a urgencias-. Metí en ella las cosas necesarias para irme durante una temporada a una isla desierta. Cosas con las que poder hacer soportable las esperas, aquellas largas esperas en las que me dedicaba a rumiar mi mala suerte y a mirar a través de las ventanas cómo los demás iban cargados con sus sombrillas a la playa, a la fiesta o simplemente, de paseo, como aquella escena en la que Woody Allen contemplaba con envidia el tren de enfrente, en el que la gente brinda y festeja en una fiesta permanente, mientras a su alrededor todo parece un velatorio.





Pasé varios años estudiando a fondo la enfermedad y otros trastornos de los mayores, cómo manejar los cuidados para la familia, organizamos buenas Jornadas entre el Colegio de Psicología y la incipiente Asociación de Familiares,.. Todo ello daba sentido a lo que me estaba ocurriendo, lo utilicé para canalizar el tiempo y el esfuerzo, para huir de alguna manera del sufrimiento estéril y entregarme a la causa del hacer.





Historias. Un refrito de historias en aquella sartén abollada en la que se deslizaban los alimentos con el aceite necesario para manchar a cada una de las prendas que osaron entrometerse en su caída.






"Es de noche, el sol ha desaparecido y la luna irradia su brillo de plata ..."

martes, 5 de mayo de 2009

Pompas de jabón


Cada noche, cuando salgo de la consulta, me encuentro en una esquina a un hombre que hace pombas de jabón, enormes pompas de jabón, utilizando dos palos en medio de los cuales tiene dos cuerdas unidas en los extremos y separadas por el centro. Mete el útil en un cubo de plástico azul lleno de agua jabonosa y lanza al aire las pompas. Tiene un trapo sucio en el suelo que se supone debe ser el lugar en el que los transeuntes depositan las monedas. Pero el trapo está vacío cada noche. Es más, la calle está prácticamente vacía a esa hora.


El señor no detiene a ninguno de los escasos paseantes con la mirada, las pompas lo mantienen tan absorto que parece no haberse dado cuenta de que le falta público. Tampoco parece necesitarlo.


Más arriba, justo al bajar el portal de la consulta, todas las mañanas y tardes está otro hombre con un caballete ofreciendo retratos y caricaturas. No pone precio. Sobre el caballete tiene tres caricaturas a modo de ejemplo de su capacidad artística. Ronaldinho, Mr Bean y otro que no he conseguido descifrar. Los modelos expuestos no invitan a darle una fotografía para que haga algo con ella. Día tras día este señor está allí, sentado o de pie, sin clientela, a escasos metros de donde se pone el otro personaje igualmente sin clientes.
Cuando encontramos a alguien en la consulta que presenta algún trastorno de personalidad, una de las cosas que hacemos es investigar el papel que desempeñan los demás respecto a las conductas del paciente, cómo se relaciona con los demás, si parece que tiene conflictos continuos pero al mismo tiempo los necesita, o si su conducta es totalmente ajena a los demás hasta el punto de parecer no necesitar a nadie. El primer grupo es más llamativo, pero el segundo es más grave, generalmente, en el sentido de más difícil de tratar.


Estas dos personas parecen necesitan a los demás, de hecho están en la calle expuestos al público, sin embargo parece que su quehacer es totalmente ajeno al sitio en el que se han ubicado.




- A esta hora no parece que tenga usted mucho público -le dije la otra noche al señor de las pompas de jabón.

- ¡Ah, no, no! Pero es cuando mejor se ven las pompas, ¿no te parece? - me respondió sin mirarme mientras lanzaba al aire una super mega pompa.