martes, 24 de febrero de 2009

Despedidas


"Ayer te llamé de nuevo. No fui capaz de soportar el peso de tu recuerdo. Marco los números y espero a que lo cojas. Esta espera no es peor. El resquicio de esperanza amortigua el dolor aún a sabiendas de que no vamos a hablar. Espero hasta que se agotan las llamadas y vuelvo a marcar, ya como una autómata. Todo se repite de nuevo. Finalmente dejé el teléfono sobre el asiento, me incliné sobre el volante y comencé a llorar de nuevo. Estuve así mucho tiempo, no sé cuanto exactamente. Cuando lloro apenas puedo pensar, eso es lo mejor. Por eso me dejo llevar por ese llanto incontrolado.

Llegué a casa tarde. Me senté en la cocina, saqué el móvil del bolso y lo coloqué sobre la mesa. Mientras lo miraba recordaba una conversación con un extraño. Una persona al otro lado de la mesa. Alguien a quien dejas entrar en tu dolor para que lo revise. Sólo recordaba una palabra: "despedida". Puedo decirte adiós, pero cómo decirle adiós a los recuerdos, ¿puedo acaso dejar de recordarte en cada parte de esta casa, en cada conversación con los amigos comunes, en cada trozo de sol que compartíamos,...?

Decido llamar a esa persona para expresarle mi desesperanza. Me dice que sitúe el dolor en la barriga, en las tripas, no en los recuerdos, no en las conversaciones que imagino para restablecer el orden natural de las cosas. Y entonces me acerco al frigorífico y saco algo para beber y me obligo a que el líquido traspase esa barrera y que llegue al fondo y noto cómo cada gota se va tiñendo de futuro. Es doloroso. Pero es algo. Algo que hago sobre mi cuerpo y que me permite comprobar que es cierto. Tengo un objeto y un objetivo y ambos confluyen en mí, desprendida al fin, lo veo claro, de ti.

Esta mañana me he levantado temprano y te he escrito esto. Igual que las llamadas, es posible que esta carta nunca llegue a ti tampoco. Lo diferente es que ahora comprendo que no es necesario que lo sepas. Basta con que lo haya decidido yo. He desayunado. El estómago parece dispuesto al intento y yo lo tengo cómo única tarea realizable. Lo consigo y me animo. Triste sombra de mí misma, pero puedo. Eso ya es mucho. Ahora no lucho contra nada, sólo por conseguir hacer las paces con este órgano tan prosaico. Luego veré el resto. Puedo. Puedo despedirme al fin. A pesar de... como me dijo una y otra vez esa persona extraña del otro lado de la mesa"



"Nunca pensé que podría despedirme de mis miedos. Pero aquí estoy. He venido a verlos y a mirarles a la cara. Es posible que me noten trémula e indecisa. Qué más da. En mi rinconcito de casa, ese tan, tan seguro también tamblaba acorralada. Si se trata de morir es mejor morir al sol, o en medio de este gentío que truena a mi alrededor. Aquí me pondré pálida, aquí se me retirará todo el oxígeno de mis pulmones hasta asfixiarme. Es como si estuviera en la cola para montarme en la montaña rusa y conforme me acerco más me convenzo de que no tenía que haber comprado la entrada, pero ya no me dejan volver atrás. Ahora las curvas, los giros, las pendientes cobran otra dimensión. Y yo estoy mirando para el sitio inadecuado. Y estoy en el sitio inadecuado. Me voy a morir. Vengo a despedirme y a morir. La gente me mira mientras escribo y eso añade más ansiedad a mi pobre y tembloroso cuerpecito. Dejo pasar a unos y a otros en la cola, la despedida se me está haciendo larga pero la gente igual lo agradece porque ellos vienen aquí a comprar carne, no a despedirse de sus miedos o a morir. Preferirán morir en sus casas, al calor de la intimidad que da el sofá de casa, en lugar de sobre este suelo frío e indiferente.

He cambiado el número diez veces, pero sigo aquí, viva. Diciendo adiós. De vez en cuando me veo envuelta en alguna receta que se pasan el carnicero y una clienta, estoy tentada de anotarla y aprovechar que tengo todos los útiles tan a mano; el cuaderno, el bolígrafo. Pero vuelvo a centrarme en la despedida, tal y como hablamos. Ahora ya sola. La despedida contigo fue más divertida. Sola es más triste. El miedo va y viene pero no se termina de instalar. Comienzo a aburrirme y me alegra. Estoy por comprar ya directamente la carne para las hamburguesas, pero espero un poco, para asegurarme, para retar a la muerte, a la caída, a la vergüenza de verme rodeada en el suelo de caras compungidas, las voy repasando y no me retuercen las tripas ni me hacen el nudo alrededor del cuello, no noto nada. Estoy por gritar de alegría, pero aún me lo pongo más difícil. Compro y me voy a la caja a pagar. Elijo la cola más larga. Me invitan a pasar porque sólo llevo una bolsita, pero rechazo el ofrecimiento. Quiero disfrutar de la victoria."


lunes, 16 de febrero de 2009

Cruzar la barrera




Me encantan la terapia sistémica y sus terapeutas, básicamente porque no llevan power point a sus cursos y talleres y también porque, cuando necesito un reconstituyente como psicólogo, recurro a sus libros.

Los otros días me encontraba algo ofuscado con un caso. Volvía a casa por la noche dándole vueltas y veía que había algún conflicto en la comunicación que no me permitía establecer una dirección satisfactoria por los cauces habituales. Una vez en casa, al acostarme cogí un libro de Minuchin con el propósito de hallar cierta luz.
En la introducción al capítulo “Intensidad”, encontré la siguiente historia:

“Un granjero tenía un asno que al parecer hacía cuanto le pedían. Le ordenaban detenerse y se detenía. Le ordenaban que comiera y comía. Un día lo vendió. Y el mismo día el comprador vino a quejarse: “No me obedece. Ni se sienta, ni come, ni se detiene, ni nada de lo que le mando. Para mí no hace nada”. El granjero toma un látigo y azota al asno. “Obedece –explicó-, pero primero es preciso llamarle la atención”.

Según Minuchin, las familias tienen una frecuencia selectiva hacia lo que quieren o no escuchar y nuestra tarea es hacer que el mensaje que queremos transmitirle traspase dicha barrera, “llamarle la atención” para poder insertar la prescripción.
Había repasado todo lo subrayado en el libro, y a estas alturas de la noche estaba completamente desvelado por los dichosos sistémicos, así que decidí pasarme a la hipnosis ericksoniana, (otro suministrador mental que tengo) no tanto con afán de que me ayudara a clarificar el caso, como para que su lectura me indujera un trance reparador.

De Erickson y su hipnosis “natural” había aprendido a utilizar diferentes medios para transmitir el mismo mensaje. Los pacientes –y los no-pacientes- tenemos sobrevalorada nuestra capacidad de raciocinio y la esgrimimos con generosidad ante cualquier intento ajeno por modificarla. De forma que Erickson pasaba poco tiempo racionalizando sus peticiones, más bien las envolvía en historias, metáforas, largas peroratas durante las cuales el paciente seguramente desconectaba, bajaba la guardia y terminaba aferrado a algo que le sonara racional y concreto: esa era la prescripción, todo lo demás era adorno floral, preparativos.

La visión de los casos de Erickson a través de Haley tampoco me ayudaron ni con el caso ni con el desvelo, así que me dediqué a reflexionar sobre las herramientas que utilizo para cruzar ese hematoencéfalo comunicativo. Concluí que en buena medida eran básicamente las mismo, sólo que yo las acompaño de dibujos. Cuando uno está bloqueado emocionalmente, es mucho más fácil recordar un dibujo que el flujo de conversación interna y externa que se tiene en esos momentos.



Al segundo o tercer garabato mental me dormí. No lo atribuyo al cansancio, es obra del poder terapéutico del dibujo.







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martes, 10 de febrero de 2009

La luz necesaria




Me crucé con Aurora en la escalera y acudieron a mi cabeza, como casi siempre que la veo, estos versos de Lamartine:

Je dis à cette nuit: Sois plus lente; et l'aurore
Va dissiper la nuit.



Aurora es una militante activa, entre otras muchas cosas, en contra del oscurantismo. Es de esas personas de las que te conviene rodearte, como anclas de honestidad y compromiso que no te dejan varar a puertos inciertos.
Conforme subía los escalones, recordé lo buena que es seleccionando artículos y poesía, así que bajé y le pregunté si podría seleccionar para este blog algunos de los poemas que siempre lleva anotados en un cuaderno. A ella le gusta saborear cada verso a base de transcribirlos con pluma o un determinado bolígrafo al papel. Y así luego, ordenados como un ejército sinuoso de hormiguitas, leerlos o leérselos a alguien. No soporto que me cuenten las películas, ni siquiera ver trailers de las mismas, pero me encanta llegar a la poesía a través de otra persona. Para el resto de la literatura no necesito a nadie, pero para la poesía, el otro es insustituible. No vale cualquiera, desde luego. Si va a leerte a León Felipe, a Galeano, a Benedetti, a Brecht, a Neruda, a Celaya,… necesita estar dotada de la catadura moral imprescindible para que no chirríen los versos en su voz.
Mi amiga y yo coincidimos hace muchos años en un curso. En un momento dado todos tuvimos que hacer una simulación docente. Unos hicieron algo de magia, otros hablaron de coches, yo de la anorexia,… Ella leyó un poema.
Cuando encuentro algo que me hace disfrutar me entran ganas de salir corriendo, abrir la puerta y gritar de alegría, parar al primero que encuentre doblando la esquina y hacerle partícipe del milagro. Cuando esto sucede en la consulta me tengo que controlar. A lo sumo le pido que me preste su historia para compartirla aquí o para contársela a otros pacientes. Eso mismo le pedí a Aurora y ella accedió a la petición, buscó y seleccionó y el otro día se presentó con un cuaderno estrenado ex profeso para tal fin. Lo ha estado escribiendo por ambos lados. Por uno, ha elegido poemas de amor, por el otro, de compromiso. Es como tener a un Apollinaire para ti sólo.






Hoy me he acordado de una paciente que me dijo que se sentía sin luz, apocada. Busqué en el cuaderno de Aurora (“la que disipa la noche” ) y encontré esta poesía de Galeano:

Cada persona brilla con la luz propia entre todas las demás
No hay dos fuegos iguales.
Hay gente de fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores.
Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento,
y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas;
algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman,
pero otros arden la vida con tantas ganas
que no se puede mirarlos sin parpadear,
y quien se acerca se enciende...

lunes, 9 de febrero de 2009

Test de psicología


¿Cuánto sabe de psicología?
En el siguiente mini-test se ha colado un vecino, un psicoanalista, un terapeuta de corte cognitivo-griego-conductual y otro que empieza a hacer sus pinitos con la terapia de aceptación. Su tarea consiste en adivinar quién es cada uno.

1. Todo el mundo ser ríe de mí:
a. ¿Cómo lo sabe?
b. Pues al que se ría le das una patada… y ya verás como no se ríe más
c. ¿Y qué tiene de malo eso?
d. Ajá

2. No duermo bien por las noches:

a. Pero…¿ Le cuesta conciliar el sueño? ¿Se despierta una vez dormido y no puede volver a coger el sueño? ¿Se despierta demasiado temprano…?
b. ¿Quieres que te deje el Interviú?
c. ¿Y cuál es el problema?
d. Mmmm.

3. En cuanto ella me pone la mano encima,… eyaculo:
a. ¿Desde cuándo le ocurre?
b. Pero,… ¿te hará algo con la mano, no?
c. ¿Y cuál es el problema?
d. Mmmm

4. Me llevo todo el mes estudiando y luego llega el examen y… otra vez “cateo”:
a. ¿Cuánto tiempo dedica al repaso?
b. No te preocupes, mientras tus padres sigan soltando…
c. ¿Y qué crees que dice eso de ti?
d. … y otra vez cateas…

5. Creo que ahora estoy bien, sé que mi madre dice que estoy muy delgada, incluso anoréxica, pero la talla 32 es la que tengo que mantener, si no me la puedo poner… no lo soporto…
a. ¿Cuánto tiempo hace que estás controlando lo que comes?
b. ¿No te da vergüenza lo que le estás haciendo a tu madre?
c. ¿Cómo sabes que no lo puedes soportar?
d. … no lo soportas…

jueves, 5 de febrero de 2009

Límites


Cuando iban a comprar las entradas para el circo, el niño observó asustado que un enorme elefante se encontraba delante de la carpa atado a una cuerda en cuyo extremo se encontraba una pequeña estaca apenas clavada en el suelo. “¡Papá, papá –reclamó el niño- mira ese elefante!”. El padre tuvo la misma reacción que el hijo al comprobar la precaria sujeción del animal, y así se lo hizo saber al señor de la taquilla. Éste sacó la cabeza por el hueco y extrañado, igualmente, llamó al domador para que evitara alguna catástrofe. “¡Ah, Dumbito, -respondió tranquilamente el domador- No te preocupes. Lo compré en Tanzania cuando era muy pequeñito. Lo até a una cuerda similar a la que tiene ahora y clavé la estaca en el suelo. Durante varios días el pobre estuvo tirando y tirando, sin conseguir zafarse. Finalmente desistió. Desde entonces nunca ha vuelto a intentar escaparse. No hay peligro. Ya cree que es imposible”.




Delante de la casa en la que me crié había un gran terraplén. Al final del mismo, a unos diez metros, la vía del tren marcaba una especie de límite imaginario. Era una línea continua inexpugnable que se perdía en el horizonte por uno y otro lado. Si nuestra pelota cruzaba ese límite y caía más allá, todos nos quedábamos parados, sin saber muy bien qué hacer, como si hubiera caído en la marquesina de Paco, aquel señor bigotudo que rajaba las pelotas como si fueran sandías. Ni el más osado del grupo era capaz de transgredir aquel límite impuesto años atrás a base de pescozones por nuestras madres. Un día de Reyes, jugando con las pistolas huecas recién sacadas de la caja a policías y ladrones, un amigo y yo corríamos a escondernos de los “policías” cuando, de pronto, nos percatamos de que estábamos detrás de unos mojones kilométricos ¡al otro lado de la vía! Nunca he olvidado aquella sensación mezcla de libertad y miedo. Nos miramos nerviosos y permanecimos allí un buen rato disfrutando y sufriendo aquella extraña sensación.

He contado muchas veces ambas historias en la consulta a pacientes que me hablan de temores o creencias como si fueran cuerdas tangibles que les impiden moverse o escapar.

domingo, 1 de febrero de 2009

Fobia a la sangre

Uno de los temores frecuentes que nos cuentan en las consultas de psicología los pacientes que sufren ataques de ansiedad, es el del miedo a perder el conocimiento. "Noto que da vueltas la habitación, creo que me voy a desmayar...". Aunque esto es bastante inhabitual, hay un tipo de fobia en el que sí observamos desmayos frecuentes. Se trata de la fobia a la sangre. La respuesta fisiológica que se relaciona con el desmayo también se da en otro tipo de fobias (fobia a las inyecciones, al daño o accidente, a las intervenciones médicas,..) pero en mucha menor medida que en la anterior. Las investigaciones han mostrado que en las personas con miedo a la sangre se aprecian los síntomas característicos del desmayo, mientras que en las otras, especialmente en la fobia a las inyecciones, son más prevalentes los síntomas de ansiedad y tensión.

Para nosotros, el desmayo es, pues, un hecho diferenciador fundamental con respecto a otro tipo de fobias. A nivel fisiológico, la explicación se encuentra en el síncope vasovagal, de forma que el tratamiento es el habitual para las fobias (exposición), pero con un componente específico para esta respuesta fisiológica.

- "A mi madre también le pasa".

Estuve recopilando los casos que había visto en los últimos cinco años con este tipo de fobias, y en un porcentaje altísimo (mayor al que aparece en la literatura cientifica, que ronda el 65%), estos pacientes tenían antecedentes familiares con fobias similares. Es posible que hereden ese tipo de respuesta vasovagal, lo que unido a la ansiedad daría lugar cierto nivel de vulnerabilidad.

Afortunadamente, desde finales de los 80, especialmente debido al trabajo del sueco Lars Goran Öst, contamos con un tratamiento que ha resultado muy eficaz para la hematofobia. Cuando ves su tratamiento manualizado ¡no encuentras a un griego por ninguna parte! En las cinco sesiones, aproximadamente, que dura el mismo, no se hace referencia a diálogos socráticos o técnicas de corte cognitivo. El tratamiento es puramente conductual. ¡Viva Lars!