lunes, 26 de enero de 2009

Cómo ligar sin esfuerzo


Tenía unos doce o trece años cuando me compré el primer libro que comenzaba por la palabra “cómo”. Desde entonces he seguido enganchado a todos los “cómo” que me he encontrado. Soy “cómoadicto”. Aquel libro se titulaba: “Cómo convencer a los demás”. Por las noches, en la cama, cabreado por los dos rombos que me habían enviado antes de tiempo a la piltra, reflexionaba sobre el libro de turno. De éste aprendí una lección que he aplicado mucho: la mejor forma de convencer a alguien que lleva razón consiste en dársela. Pero encontré otra que no estaba tan explícitamente descrita en el texto: todo se puede vender. El que vende humo también saca rédito de la venta. Es una cuestión de falta de escrúpulos. Si tienes la suerte de que tu padre o tu madre, o los dos, no tienen una ética anti-mefistofélica, el camino se allana bastante. Yo no aprendí a bailar en quince días, ni ruso en una semana sin esfuerzo, ni a hipnotizar en diez lecciones,… En fin, no aprendía, pero tampoco me desenganchaba. Pequeños refuerzos intermitentes lo impedirían, probablemente.

A veces los pacientes me preguntan por un determinado libro de auto-ayuda. Muchos de ellos tienen unos títulos estupendos: “Usted puede vivir sin ansiedad”, “Supere sus miedos, ¡ya!”, “Desarrolle una supermemoria con el método Phoskitos”, etc. Buena parte de la filosofía que está detrás de estos manuales de bolsillo está basada en –efectivamente- los griegos. Concretamente en le lectura que hizo Epicteto –un esclavo venido a más- de los antiguos estoicos. Etimológicamente, “epicteto” significa algo así como “comprado”. O sea que ya viene de lejos esto.
Resumiendo, como mandan los posts, podríamos decir que si usted es desapasionado e imperturbable, no se compre más libros de esos, porque ya tiene un 85% de estoico. El 15% restante tendrá que adquirirlo en alguna consulta de psicología.

Esta visión tan moderna de la felicidad encaja mucho en lo que los alemanes denominan “ Zeitgeist”, que viene a significar: el espíritu de nuestro tiempo. El sistema se alimenta del consumo. El problema de un desempleado no es tanto que el sistema necesite desempleados para tener una reserva de mano de obra barata, sino su falta de habilidades para la búsqueda activa de empleo. Está deprimido, señal de que no es todavía 100% estoico, (perdonen por la simplificación). Desprestigiemos lo social y lo político, así los obtusos y los arribistas se harán cargo de este espacio. Es mucho más manipulable un obtuso, un arribista o un obtuso arribista que un idealista. A los idealistas los dejamos en casa bajándose música de los 60 y que se afilien a alguna ONG para paliar el sentimiento de culpa. No son estoicos, pero tampoco darán mucha lata.


Me parecía feo y sobre todo demasiado largo, explicar que aparte de los argentinos, también podemos encontrar la sabiduría residual en Los Simpsoms y en Woody Allen. En sus primeras películas, Allen, se pasa bastante tiempo reflexionando sobre el sentido de la vida. En una de ellas, decide preguntar a un rabino al respecto. El rabino le contesta en hebreo y él le responde que no sabe hebreo. Entonces el rabino le pide 25 dólares (escribo de memoria) por clase.

Bueno, posiblemente usted no haya aprendido a ligar en este post. Yo tampoco logré hipnotizar a las gallinas con aquel libro, pero a usted al menos le habrá salido gratis la frustración.


viernes, 23 de enero de 2009

Todo está en los griegos; lo demás, lo tienen los argentinos


Creo que en lugar de decirse: “Todo está en los libros”, debería concretarse y puntualizar que, en realidad: “Todo está en los griegos”. No hay día en la consulta que no cite intencionada o inconscientemente a un autor griego. Un sector de mi profesión prefiere más la cultura y la mística oriental. A lo mejor tiene algo que ver con la cantidad de pelo que tengas. Si tienes melena o eres completamente calvo, seguro que te va la túnica naranja y las velitas perfumadas en el baño. Pero claro, yo tengo entradas y tonsura idénticas a las de Sófocles (pero en delgado). No tengo elección.



Si a usted su terapeuta le dice que lo que le ocurre se debe a que le está dando vueltas a lo que sucedió y que si estuviera haciendo un sudoku o hablando de la crisis del Real Madrid, el sufrimiento sería considerablemente menor. O que usted mismo se condena con lo que se exige,… o cosas similares. Está delante de un pro-heleno. Pero si en lugar de en una consulta tiene la sensación de estar en la salita de su casa, su terapeuta se sienta cerca, le devuelve los razonamientos que usted le expone para que los encuentre en su barriga y los dirija adecuadamente,… intenta que sienta más y se enrolle menos,… usted se encuentra al lado de la versión restaurada de un hippy.

Los primeros parecen enfadados permanentemente. Enfatizan tanto todo que seguramente necesitan darse una megadosis de caramelitos mentolados entre uno y otro paciente. A los segundos da gusto escucharlos. Casi podría pagarse exclusivamente por eso. Si encima es argentino entonces ya…

Cuando me llega alguien a la consulta diciéndome cosas como: “He sacado las espinas. Antes era una rosa, pero ahora me he dado cuenta de que las rosas tienen espinas…”. Es muy diferente a cuando escucho: “Ahora soy mucho más asertiva”. Puedo adivinar –de hecho lo pregunto para confirmarlo- la cantidad y la distribución del pelo del terapeuta que la ha asistido.

Yo tuve la suerte de encontrarme con Aristófanes, que es como el Woody Allen de los clásicos, así que di un rodeo, y aunque no puedo vivir todavía sin mis pastillitas de mentol, tengo una amiga gestáltica que me está instruyendo para limar mis carencias. Ahora sólo falta que se invente algo para restaurar la tonsura.

miércoles, 21 de enero de 2009

The raven


Aquel paciente me contó que le había dado una paliza a su mujer. Cuando ella le comentó que había encontrado trabajo sintió un terrible ataque de celos, pero, en un primer momento, pudo controlarse y se marchó a un cuarto de estudio a lamentar la pérdida presentida. Estaba en ese intento cuando un cuervo se le coló por la ventana. Lo miró sorprendido mientras revoloteaba hasta posarse sobre un un perchero de pie. Entonces se levantó y acercándose al ave le preguntó: “¿Volverá conmigo?”, y el cuervo respondió: “Nunca más”. Salió más alterado aún de la habitación y ya no se pudo contener.

En los años ochenta leía “Les fleurs du mal” con el afán de aprenderme de memoria todos los versos que me gustaban. Un día, hojeando las páginas dedicadas a la reseña biográfica que aparecía al principio del libro, me di cuenta de que su principal fuente de inspiración había sido Poe. Publicó un artículo en la Revue de Paris, en 1852 titulado: "Edgar Allan Poe, su vida y su obra", y al año siguiente la traducción de "El cuervo", posteriormente reúne otros cuentos en una magnífica traducción bajo el nombre de “Histoires extraordinaires”, que se publicó justo unos meses antes que su propia obra, "Las flores del mal". Conforme iba leyendo me iba hipnotizando la idea de volver a Poe. Comencé a leer al bostoniano con el propósito de localizar a Baudelaire en Poe. No imaginaba entonces cuántas veces iba a recrear el poema en la consulta.


lunes, 19 de enero de 2009

¿Por qué no me enamoro nunca...?



- No sé por qué no me enamoro nunca… O más bien, por qué no me enamoro nunca de quién debería enamorarme.
- ¿Y de quién debería enamorarse? – le pregunté.
- De los que me convendría, los que me cuidarían mejor. Los conozco, algunos incluso van detrás de mí,.. pero no los encuentro.. no sé… no me atraen.

Parece que estaba oyendo a Shirley McLaine en “El apartamento” diciéndole a Jack Lemmon: “¿Por qué nunca me enamoro de una buena persona como usted?”

- … me mienten –prosiguió la chica -, sé que me mienten, pero posiblemente yo me mienta más aún, porque a pesar de saberlo me digo a mí misma que cambiará… que lograré que cambie conforme me vaya conociendo… que será cuestión de tiempo… Ya sabes.

Hace una pausa, y por extraño que parezca yo ni hablo, ni dibujo nada. Simplemente espero.

- Otras veces pienso que no sirvo para tener pareja, que acabo aburrida. Estoy tan acostumbrada a llevar esta vida de entrar, salir,… gestionar mi tiempo sin consultar, que en cuanto empiezan las rutinas, las demandas, y todo eso, empiezo a revolverme en mi asiento, a sentir incomodidad. También podría ser esta otra opción, ¿verdad? Que en realidad no quiera tener pareja.

M (llamemósla “M”, porque no quiso que le pusiera ningún nombre supuesto), racionaliza su conducta. Esta segunda historia también la hace sufrir, pero menos.

- Por eso me gustan los “malos”. Con los “malos” ya sabes que todo va a ser muy intenso, aunque sea corto.

Ahora entiendo por qué no ligaba durante mi adolescencia hasta que comencé a fumar. Al principio lo achacaba a que el humo que exhalaba (todo el posible porque no me lo tragaba), hacía menos visible mi semblante aún que las luces intermitentes de la discoteca, pero es posible que se debiera al halo de “malo” que me suministraba mi nueva imagen, porque yo, cinéfilo empedernido, fumaba tipo cine negro, naturalmente.

- ¡En fin, -dijo a modo de conclusión- muy bien no lo llevaré cuando estoy aquí! ¿Qué hacéis los psicólogos con estas cosas?

Vaya. Es como si el acomodador te hubiera llegado con la linterna y te soltara: “Lo siento señor, para que la película siga tiene usted que subir al escenario”

Es ahora cuando se encienden las luces de la sala y todo se vuelve prosaico y tienes que aclarar la demanda y consensuar objetivos y dar explicaciones,.. Me gusta también, pero comparado con una buena historia…


jueves, 15 de enero de 2009

Yo, al fin


Ana me ha enviado, a petición mía, un correo contando su evolución desde la última vez que hablamos de ella.


"Me ha costado algunos meses, pero al fin me he reencontrado. Lo que entonces me parecía imposible, ahora es una realidad. Me duele recordar algunas cosas aún, especialmente haber estado tan ciega. Ahora me conozco mucho mejor. Este tiempo me ha ayudado a conocerme, sí, y a saber lo que quiero y lo que no quiero. Cuando veo la carpeta que tienes con mi caso me doy cuenta de cómo ha ido engordando, en parte porque creo que guardas todos los dibujos esos que haces mientras hablas, pero mucho más por todo lo que he ido escribiendo durante este tiempo. Todas las reflexiones, los pensamientos negativos y luego, por último, el futuro, las cosas que valoro, el camino hacia ellas.

Tengo que decirte que a veces me iba con mal sabor de boca de la consulta. Habíamos acordado que redujera el tiempo de lamentaciones con las amigas, así que estaba deseando llegar a la consulta para llorar a moco tendido. Recuerdo la pregunta que solías hacerme: “¿Suele ocurrirte esto cuando lo cuentas?”. ¡Pues, claro!, pensaba yo, ¡qué me va a ocurrir! ¿Me voy a reír?. Después de lo hablado, sé que se trataba de que tomara distancia con las emociones o algo así, ¿no?. Bueno, que me desvío de lo que me has pedido.

El punto de inflexión ha sido cuando hablamos de cambiar de obsesión. Yo no me sentía obsesionada, pero a lo mejor lo estaba. Entonces me dijiste que tratara de obsesionarme con algo, algo que en algún momento anterior hubiera sido importante para mí. Por ejemplo, conseguir el mejor bonsái de la oficina, hacer sentir a mi amigo () la mejor persona del mundo (más o menos lo es), hacer la foto del puente del Tinto perfecta –qué bien me lo he pasado con esto-, bueno, todas las cosas que me interesaban, estirarlas. Sí, a partir de ahí, no de lo hablado sino de cuando decidí hacerte caso, coger la cámara y el trípode, hacer las fotos, editarlas, enseñarlas, buscar en los foros,…Después, incorporé lo de cuidar a mi amigo (ahora ya algo más, por cierto)… Vi la luz, al fin.

Soy mucho más feliz ahora que durante el último año de relación. Con esto creo que está dicho todo. Te agradezco la ayuda que me has prestado. Lo mejor que te puedo decir es que te siento cercano y eso también tienes que incorporarlo al menú de apoyo que he sentido este tiempo.
Un abrazo. Ana."

martes, 13 de enero de 2009

El síndrome del canguro

House se golpea en la mano con el bastón, de esta forma desplaza el dolor de la pierna hacia otro más tolerable. La chica que tenía enfrente, en mi consulta, suele auto-agredirse tirándose de los pelos y dándose tortazos inmisericordes para controlar la intensidad emocional que sufre en esos momentos. Su familia la mira como una extraterrestre, tipo Alf, alguien con quien han convivido desde su nacimiento, pero que tiene unos comportamientos "completamente diferentes" a los de los hermanos. El novio le ha dado un ultimátum. Ella, tras cada arrebato le promete (que buena prensa tiene la voluntad) que no volverá a suceder, pero irremediablemente, la escena se repite.

Podríamos hablar de que esta chica presenta un típico estado de exclusión, una especie de estado mental en el que prevalece especialmente el temor al juicio negativo por parte de los demás. Digamos que el mundo es un entorno hostil, agonista, en el que se nutre su sensación de incomodidad e inseguridad, fomentando una baja autoestima e incrementando la distancia interpersonal. Es una especie de observadora. Cuando busco un universo común para compartir con las personas que sufren este problema casi siempre les hablo del "síndrome de la barra de discoteca". Yo experimenté este cuadro en mi adolescencia. Mis amigos bailaban emulando a Travolta y ligaban como si lo fueran, mientras yo me bebía mi piña con ron en dos sorbos meditando sobre Nietzsche, me distanciaba de ellos porque me entraba una zozobra en el cuerpo pensando en el ridículo que haría con mi falta de coordinación motora en medio de la pista. Tenía que huir de alguna manera, y para ello mezclaba lo trascendente con el humo del Lark y un poco de ron con algo. Años más tardes pude comprobar que para dar saltos no hacía falta una excesiva coordinación motora y que la ansiedad de desempeño duraba menos que el vaso del cubata, por lo que abandoné definitivamente la barra. No ligaba, pero sudaba bastante en la pista.

Hace unos meses llegó otra chica que cuando me hablaba de sí misma no me contaba ninguna historia que pudiera plasmarse en una película. El título de su discurso podría ser: "El vacío".

- Me siento vacía.

La sensación le produce un tremendo desasosiego. Evidentemente, si uno se siente "vacío" ¿que hace en la vida? ¿Qué hacemos con la caja vacía de las chocolatinas? Mi hija pequeña le encontraría una utilidad porque ella ve el mundo lleno, con sentido, y la caja vacía no es una caja vacía, es una caja que se puede llenar. Y ese aprendizaje de mi pequeña se lo traslado a estas personas habitualmente:

- Un día, -le conté-, estando hojeando libros en la cuesta de Moyano, en Madrid, encontré uno en cuya solapa había una crítica que decía lo siguiente: "Envidio a todo aquel que todavía no le ha hincado el diente a esta novela". Se trataba de "Juegos de la edad tardía" de Luis Landero. Lo compré: el anuncio del paraíso siempre me ha seducido. Ahora, cuando te escucho decir eso, pienso igual. ¡Qué suerte estar vacía!. Es como si te hubieran hecho una transfusión de sangre y comenzaras desde cero a descubrirte, a escuchar propuestas de otros, a explorarlas,...

Ella no quiere sentirse así. Para huir de esa sensación se ha vuelto bulímica, que tiene cierto sentido metafórico con lo que le ocurre, desde luego. Yo me lleno; yo me vacío.

Recuerdo también a otra persona que huía en un marsupio. Sufría lo que yo llamo, el "síndrome del canguro". Cada vez que empezaba una relación se iba entusiasmando con la otra persona, le daba seguridad, imitaba sus aficiones, le regalaba el oído constantemente, seguía su itinerario,.. hasta que se abandonaba completamente a sí mismo y se montaba en la bolsita del canguro. Entonces todo lo de la otra persona era suyo, y todo lo suyo le era ajeno. Finalmente, el niño crecía demasiado en el marsupio y mamá canguro acababa expulsándolo. La depresión lo conducía a la consulta.

Hay una especie de círculo vicioso al que llamamos congruencia del estado de ánimo. Si yo le digo: "La vida es una mierda", no esperará que esté oyendo "Cantando bajo la lluvia", ¿no?. Hay personas que entran en una especie de "bucle", como dice Buenafuente, y no son capaces de salir de él. ¡Ah, qué sería del mundo sin los psicólogos! (No, no conteste, es un comentario retórico).



- ¿Papi, -me pregunta mi hija, la que colecciona piedras para meterlas en las cajas vacías- qué puedo hacer para que no me moleste que los demás canten mientras estudio?

- Depende de lo que canten, claro.

En casa del herrero...






viernes, 9 de enero de 2009

Me rindo: el dedo mágico


Buena parte de los elementos terapéuticos que utilizamos no están recogidos en los libros, en sentido estricto. Uno de ellos es el "dedo mágico".

Mi madre solía enfadarse con cierta facilidad. Una vez enfadada necesitaba varios días para desenfadarse. Durante ese tiempo todo el mundo que la miraba sabía cuál era su estado emocional. Su semblante era serio, distante. Se mostraba parca en palabras, vivía básicamente de monosílabos. Lógicamente yo era el que más la observaba. En muchas ocasiones pensaba que estaba así por algo que yo había hecho, pero no me aventuraba a preguntárselo, y sobre todo, no sabía cómo obrar para que su cara volviera a tener ese aspecto bonachón de relajación habitual. En cambio, mi padre tenía un procedimiento increíble que me resultaba muy curioso. Al principio le preguntaba: "¿Te pasa algo?", y ella respondía, para mi sorpresa: "No, ¡n-a-d-a!". Yo tendría unos seis o siete años y aún faltaba mucho para que leyera a Watzlawick y compañía. Mi padre hacía caso al lenguaje verbal y seguía con su tarea. El silencio se apoderaba del salón y yo me ponía a jugar con mi elefante fantasma (y mudo) a los soldaditos (lo cual por aquel entonces implicaba esnifar detergente).
Un día observé que, estando en la cocina, mi padre se acercaba por detrás y con el dedo índice en ristre le daba unos toquecitos a la altura de la cintura a mi madre. "Anda ya, Mariquita...", "Déjame", "Vengaaaa",..."Ah, tonto",... y fin del enfado. Era fantástico.
Después de observar estas fases reiterativas de enfado-castigo silencioso-preguntas-uso del dedo mágico, me preguntaba por qué mi papá no utilizaba su truco más rápidamente. Es decir, ya desde el primer momento, en lugar de preguntar, le podría dar sus toquecitos sutiles en esa zona que parecía ser una especie de localización del botón de la paz. Pulsas y... bandera blanca. Pues no, siempre esperaba varios días. Concretamente, tres.

Hace unos meses una paciente me contaba que llevaba enfadada con su marido más de una semana, durante la cual prácticamente sólo intercambiaban los mensajes imprescindibles. Se sentía mal pero no era capaz acabar con aquello, porque estaba dolida y creía que debía prolongar el castigo hasta que ella se encontrara bien, lo cual se derivaría de una explicación satisfactoria o algo similar por parte de su pareja. No obstante, aplicarle el correctivo comunicativo no parecía lograr que mejorara ni ella, ni el problema de fondo. Ambos echaban un pulso silencioso que con cada nueva discusión se prolongaba más y más en el tiempo.
- ¿Vía rápida o lenta?
- ¡Ya!, que sea ¡ya!.
Le expliqué el secreto de mi padre, pero adornado con su correspondiente explicación científica que suele envolver mejor estas prescripciones. Le pareció imposible. "No puedo". Un momento, pensé, le estoy pidiendo que aplique el truco justo a la que está enfadada. Es como si le hubiera dicho a mi madre que le diera con el dedo en los michelines a mi padre justo cuando estaba con la cara de "adivina por qué estoy enfadada".
- La vía rápida es así de jodida. Usted le dará al botoncito de la paz. Él se resistirá inicialmente, usted insistirá y no dará explicaciones verbales, a lo sumo un abracito conciliador. Posiblemente el aproveche la rendición para sermonearla. Usted repita el contacto...

Se fue decidida, pero no lo hizo hasta el tercer día. ¡Igual que mi padre! ¿Tendrá esto algún misterio? ¿Se necesitarán setenta y dos horas para recargar el dedo una vez decidida la acción?
Luego le funcionó. Su marido se extrañó mucho, pero a los cinco minutos ella ya no estaba enfadada y aunque él tardó algo más como justificación de desagravio, finalmente se incorporó al proceso de paz.

Está claro que la rendición es una estrategia potente. Cuando analizo groseramente la historia de Huelva, me imagino al onubense medio sentado en su puerta, como yo durante mi infancia, observando incólume como nos invadían, daba igual que fueran tartesios, fenicios, visigodos, romanos o musulmanes. "Hola, ¿cómo están?, ¿un poquito de cobre?". Se irían porque estaban cansados de la contaminación del Polo Industrial, pero no porque nosotros los expulsáramos. Resistencia cero.

Es decir, la rendición está bien asentada y constatada. Se utiliza poco, es cierto. Solemos preferir la razón, como técnica de resolución de conflictos. Lo malo es que hay tantas razones como cabezas y algunas además son duritas.

Cuando mi padre empezó a leer la historia de Huelva ya estaba jubilado. Nunca le pregunté dónde aprendió aquella técnica. Pero sobre todo, ¿por qué tardaba taaaanto en utilizarla?.