viernes, 26 de diciembre de 2008

Cortar una flor

Hay una hermosa canción de Moustaki que habla sobre dos personas que se aman, hasta el punto de confundirse. Estoy seguro de que el novio de Margarita no escuchó nunca esta canción, es más, los límites en su relación estaban delimitados por su geografía física y emocional y no por el espacio común.

Margarita sufría acoso por parte de su ex-novio en el instituto. Me contó detalladamente todas las acciones que emprendía aquel chico. Sus padres habían hablado con los padres de él, que aunque se extrañaban, prometieron tomar medidas. No fue así. Tampoco en el instituto se abordó de manera adecuada.


La madre y su profesora particular observaban cómo iba disminuyendo su rendimiento, estaba irascible buena parte del día, pero no decía nada cuando se la abordaba al respecto. Finalmente no pudo más y lo contó y así llegó a la consulta.





Me sorprendió ver lo bien que articulaba el relato pero lo deprimida e insegura que se encontraba sobre qué hacer. Parece que si eres capaz de describir el daño que te están haciendo, también podrás tomar medidas al respecto. Pero no era así.





No es difícil imaginar por lo que pasó Margarita. Llegas ilusionada a tu primera relación con visos de formalidad. Te enamoras. De pronto tu novio empieza a trenzar un muro a tu alrededor. Va haciendo comentarios acompañados de muestras de desagrado sobre tu conducta o tu forma de vestir o de hablar con amigos,.. y vas cediendo. Crees que eso será suficiente, al fin y al cabo, el amor terminará por imponerse. Puedes prescindir de lo demás, de los amigos, de un tipo de vestidos, de las miradas,.. Piensas -y él también- que su enfado se debe a tu comportamiento, no a su inseguridad, así que intentas modificar lo que aparentemente es la causa del malestar. Pero un día, los enfados se transforman en gritos, los gritos se acompañan de insultos y estos de amenazas, y las amenazas son el mayor predictor de violencia física. La primera vez levantaré la mano contra ti. La segunda asestaré el golpe.





Una vez me decía una madre: "No lo entiendo, cuanto más pego a mi hija (pequeña) porque es insoportable, más se agarra a mis piernas. Se ha vuelto muy insegura y ahora cada vez que me ve salir se pone a llorar".





Igual que esa niña, estas chicas que sufren maltrato, a veces temen ser abandonadas, se sienten culpables porque el maltratador maneja un doble discurso y parece que el verbal es el que traduce sus sentimientos mucho más que los golpes o vejaciones. En la fase de "luna de miel", el arrepentimiento abre una puerta de esperanza y ella vuelve a entregarse a la fantasía del cambio, hasta que se inicia de nuevo el ciclo.





Finalmente, Margarita, tomó medidas que le permitieron acabar con aquella historia. Tiene fuerza para cuidar a los demás y, espero, que haya aprendido a cuidarse a sí misma, a distinguir lo que es y lo que no es amor. Me encanta escucharla, pedir las cosas sin tapujos, exponer sus emociones, describir con ternura a su nueva pareja, ver que aquello no ha minado su capacidad para entregarse al amor como debe hacerse, pero que ahora sabe dónde están los límites y que ese amor ha de ser compatible con mantener todo aquello que la ha ayudado a ser como es.

Tendremos que aprender a amar también desde la soledad para saber vivir en compañía.

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