miércoles, 27 de agosto de 2008

Abstenerse hipocondríacos












En primer lugar me gustaría advertirle para que no siga leyendo si usted es un hipocondríaco, o si su terapeuta le ha dicho que tiene problemas con algo como la teoría de la mente, o, simplificando, si no le gustan Los Simpsoms.


Estamos charlando animadamente a la luz de unas cervezas y ella, de pronto, me dice: "Pensarás de mí que.... (generalmente algo malo)". "Pues sí, justamente es lo que estaba pensando". Es sorprendente el grado de autoconocimiento que tiene todo el mundo. Es verdad, estamos constantemente analizando el comportamiento de los demás, para qué vamos a relajarnos. Si usted quiere jugar a este mismo -divertido- juego, podría darle algunas pistas a ver si se sitúa en algún grupo de los siguientes.

Si usted es de los que se sientan en la puerta más cercana a la de salida y antes que nada analiza por dónde escapar en caso de necesidad, estará intentando salir de la agorafobia o estará entrando en ella, es posible que haya sufrido algún que otro ataque de ansiedad en un sitio similar. Tome todas las medidas posibles y más. Los psicólogos necesitamos pacientes, no lo olvide.

Si en el restaurante, sin embargo, -si se atreve a ir- se sienta de espaldas a la puerta, alejado y si es posible sin levantar la vista de la sopa, a lo suyo vamos a llamarlo fobia social, para qué queremos más pruebas.

Si desgraciadamente es humano y experimenta sensaciones corporales de las que a los demás nos pasan inadvertidas, y observar cómo evolucionan es su entretenimiento preferido, sufre de ansiedad, seguramente de trastorno de pánico.

Recurramos a Freud. Si se da porrazos por las esquinas de su casa, por ejemplo, cabezazos con la campana extractora de la cocina, -mejor que no lea esto su mujer- usted se está autocastigando y ya sabrá por qué.

Si necesita un auditorio, que le aplaudan, ajustar la imagen real con la que tiene idealizada y se queja constantemente de que nadie le hace caso, ¿no será un poco narcisista?

Si no es capaz de decirme el nombre de una persona de su amplio grupo a la que usted le caíga lilgeramente mal, probablementes sufra mucho con los conflictos sociales y los evita como yo el chill out. Lo podríamos llamar necesidad de aprobación.

Si tiene la misma facilidad para engañar a los demás que para engañarse a sí mismo, el peligro que más le va a acechar serán las adicciones. Entrenando puede llegar a perder el contacto con la realidad.
Si no es capaz de regular sus emociones, anote el número de tfno siguiente (el de ese colega que me envía los casos más terribles).

Si cuando está muy, muy, muy nerviosa las manos están muy, muy, muy calentitas, vaya el endocrino y luego me cuenta.

Si llama con la clave de teléfono oculto (por cierto, ¿cómo se hace?), usted tiene muy mala imagen de los demás, igual es una proyección (¡ya volvemos con Freud, vaya!).

Usted llega a la discoteca, se lanza a la pista vacía y comienza a moverse como Travolta, aunque estén poniendo hip hop. "Cómo me admiran". Es usted un histriónico, sáquele partido.

Comienza todo pero no termina nada, ha cambiado tres o cuatro veces de trabajo y arrastra dos divorcios y varias relaciones que acabaron antes de la vicaría. Tiene un motorcito que traduce en actividades y actividades y para poco en casa. La hiperactividad es crónica, no se acaba en la adolescencia. Su esposa debería haberlo sabido.

Usted ha ido al psicólogo y éste, imprudentemente y para lucirse, le ha dicho que sufre un trastorno de personalidad tipo límite. Su madre sabrá ahora por qué tiene la sensación de que la guerra va a comenzar en el momento más inesperado. Tranquilo, vea mucho cine oriental. En cualquier caso, tenemos a Linehan.

Si cuando le digo que su pareja se queja de que no habla me responde: "¿y de qué voy a hablar?", es usted un hombre, eso no se puede arreglar en terapia, lo siento.


















domingo, 24 de agosto de 2008

Prefiero la acupuntura


Tras la presentación de rigor, aquel señor me lanzó una pregunta directa:

- "¿Lo que usted me diga puede tener efectos iatrogénicos?".

Enseguida pensé que se trataba de un hipocondríaco, que suelen tener un amplio dominio, o más bien, pseudo-dominio, de toda la parafernalia léxico-médico-farmacológica de toda enfermedad que aparezca por delante. No importa ahora. La cuestión es que los otros días volvió una mujer a la consulta despues de un par de años. Quería asesoramiento y estuvo sólo una sesión. Recordaba que se había ido contenta, pero tras contarme el motivo de su vuelta y hablar sobre cómo actuar y esas cosas que hacemos, me dijo: "¿Sabes que estuve a punto de dejar a mi marido?", "Ah, ¿sí?", "Sí. Después de preguntarme tú aquello de ¿y por qué no lo abandona?, estuve pensándolo mucho, y cuanto más tiempo le dedicaba más claramente veía que tenía que hacerlo, finalmente se lo dije y estuvimos hablando todo el día, mensaje va y mensaje viene. Me prometió el oro y el moro y yo llené el zurrón, que dicen en mi pueblo. Así que seguimos. La cosa ha ido mejor desde entonces".

¡Uf! Tras marcharse recordé aquella cita. Durante cerca de una hora había estado hablando de las dificultades de su relación, se autoafirmaba con cada frase, así que tuve la feliz idea de hacerle la dichosa preguntita con la sana intención de que detuviera el proceso e intentara, como hacemos a veces con las personas con ideación suicidia, reflexionar y centrarse en los motivos por los que seguía con él. Seguramente me quedaría muy satisfecho de mi intervención y no comprobé qué había interpretado, simplemente deduje que tras su silencio y la mirada profunda se escondía un insight reparador.

Nunca me perturbó en mi infancia que me llamaran "de esto o de aquello" (mejor no lo digo) los gonzález y los martínez, pero cuando el papá de Mateo le dijo delante de todo el equipo de futbol: "Eres un desastre, no vales ni pa sembrá papas", Mateo, Mateito, se fue arrugando y ya nos daba apuro hasta decirle lo de ¿qué es el viento? Las orejas del Mateo en movimiento. Su papá hacía una psicología rara, la verdad. No creo que convertir a Mateo en un aydemí le ayudara mucho, pero era su esposa la que leía los prospectos de los medicamentos, ¡qué sabría él de iatrogenia!.

"Sí señor, la aspirina y los psicólogos podemos tener efectos indeseados", le contesté. Se levantó y dándome la mano cortesmente me dijo: "Prefiero la acupuntura. Buenos tardes".

viernes, 22 de agosto de 2008

Desconfía y acertarás

A los psicólogos en general, en particular con los que hablo, nos resulta llamativo cómo una persona muy desconfiada con los seres humanos llega a una consulta que se basa justamente en la confianza. Puede que haya sido forzado de alguna forma a acudir. Por ejemplo, su esposa le ha dicho que o se trata o se acabó. Entonces, a pasito pequeño, esa persona se acerca a la cita que probablemente pidió su compañera.


Lo mejor de la desconfianza es que es muy difícil de desmontar. O sea que si usted es de este selecto grupito, no se preocupe, le va a cundir. Ya hará algo esa persona o cualquier persona de su entorno, algo, digo, por pequeño que nos parezca a los demás, que certifique fehacientemente que tenía razón. Seguramente usted habrá engañado alguna vez, una pequeña mentirijilla o grande, no importa. Al fin y al cabo, usted se reconoce como justo y seguro que tiene un motivo para haberlo hecho. Pero ellos… a ellos les das un poco de información y no puedes imaginarte lo que pueden hacer con ella. Disfrutan fastidiando a los demás. Es su tarea favorita: hablar de usted hasta hacerle sangrar el oído.

Si se quiere ser un buen paranoico conviene enfadarse, airarse mejor, ante cualquier crítica, observación o comentario. Cuando se lo cuente a los demás es posible que le quiten importancia, lo que demuestra, una vez más, cómo es la gente. No te puedes fiar.

Se atormenta, especialmente por las noches, cuando cesa la actividad diaria y puede conseguir un insomnio de regalo para su tormento. Monta diálogos o escenas en base a pequeños indicios reales o ficticios, qué más da. Y conforme oye el montaje en su cabeza se va afianzando la idea. Se lo confirman las tripas y, ya lo dije ayer, no hay como un colon dando morcilla para que uno se lo crea todo, todo. Y más si se lo dice alguien de tanta confianza.

Es importante que evite, pues, dar demasiada información sobre usted. Engañe. Al que quiera saber, mentiras a él. Si es preciso, excúsese de todos los actos sociales que pueda. Vuélvase un ermitaño y déjese la barba. La soledad ayuda mucho a la paranoia. Un buen sofá, una cama mullida y el techo como pantalla en la que proyectar la inquina ajena van a favorecer enormemente su proyecto personal. Y si alguien intenta ayudarlo, asústelo con aspavientos, pues seguro que debajo de esa piel de cordero se esconde un troyano dispuesto a hurgar en su vida privada.

Ahora, por alguna razón, está aquí, delante. Escuchando, probablemente. El psicólogo le pide que cruce el río, descalzo, temeroso claro, pero dispuesto a probar arribar a la otra orilla. Tirarse del escenario con los brazos abiertos y a ver si hay suerte y el público lo recoge, o bien, como presume, se da el gran tortazo.

Cruzar o no cruzar, he ahí el dilema.

jueves, 21 de agosto de 2008

Es mala persona, lo sé

Este post trata sobre el razonamiento emocional, una curiosa mezcla. Cuanto más intensas son las emociones, más tiñen nuestros razonamientos. Es normal, es un mecanismo filogenético de supervivencia. Nuestro código genético viene a decirnos, "Mira, Manolo, mejor déjate llevar por el miedo por si acaso. Que luego no es nada, pues mejor". Menos mal. Es una combinación que actúa como un heurístico, una forma de encontrar el camino más corto ante una situación problemática.
Si hay mucho sol y le molesta la vista, se pone sus gafitas polarizadas. Es una buena solución. Pero, ¿y si se las dejara siempre puestas?. "Es mala persona, lo sé", me dice mi amiga. "¿Y cómo lo sabes?", "Hazme caso, yo tengo mucho mundo".
Salowey y Mayer hablaron por primera vez de inteligencia emocional en 1990 y luego Goleman, más listo e inteligente emocionalmente, ganó la pasta popularizando el concepto en su famoso libro. Desde bastante antes, los psicólogos intentamos que los pacientes distingan el papel que desempeñan las gafas que traen en la forma que tienen de ver el mundo y consecuentemente, en cómo se sienten. Nosotros se lo copiamos sin escrúpulos a Epicteto, que venía a decir: cuando te sientas triste o preocupado, en vez de darle a la olla, pregúntate si no será por cómo valoras las cosas.
O sea, una de nuestras tareas es intentar que la persona distinga entre: "mi vecino me odia" de "creo que mi vecino me odia". Les puedo asegurar que en el primer caso, esta persona habrá recabado suficiente información que justifique su pensamiento, sólo que es posible que:
a. haya desechado la que no la confirmaba
b. a lo mejor el que odia a su vecino es él
Pero si se lo dice la tripa, uf, a ver quién pone la cabeza donde ahora campa el colon.
A veces, hablando con colegas, les comento que si enseñaran a ser más flexibles en las atribuciones a los niños en el colegio tendríamos que dedicarnos a la psiconeuroendocrinología o derivados. Menos mal que estos gobiernos también tienen hígado.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Nos vemos en los bares


Ayer vino Sara a la consulta. La vi normal tirando a estupenda. Ha dado un paso muy importante para superar sus problemas. Ha normalizado su vida, aunque toma precauciones para no deslizarse por el tobogán.
Come de todo, "de lo que haya para comer", intenta no pasar hambre para no incitar atracones traicioneros, va al bar cuando le apetece, pero ya no se queda sentadita para intentar pasar desapercibida, va a la barra y pide.


Ahora sólo nos quedan un par de sesiones para trabajar la prevención de recaídas. Es consciente de los pasos que ha dado y de las situaciones potencialmente peligrosas aún. Una vez que tiene clara la cadena de conductas y pensamientos que generaban su problema, es importante igualmente, que identifique qué aspectos propios y de su entorno pueden suponer un bachecito alguna vez. Le resulta difícil imaginarse de nuevo mal y tal y como la vi, también a mí.
"Nos vemos en los bares", le dije al marcharse. Charla e invitación en un bar, jo.

martes, 19 de agosto de 2008

Mi hijo no para

Dejamos al niño en la sala de espera con su hermana mayor. Los padres comenzaron a contarme el motivo de la visita. El resumen podría titularse así, mi hijo no para. Los veía cansados de la lucha diaria, reprochándose mutuamente el manejo de las conductas del niño.

- Ella es muy blanda.

- Él no está nunca con el niño.

"¿Qué dicen los abuelos?". "Que nos lo llevemos cuanto antes", responden desesperados. "¿Y en el cole?", "He hablado más veces con la maestra que con mi hermana. Siempre nos está llamando. Creo que ella está peor que nosotros. Y es que el niño se olvida las cosas en clase, se distrae, empuja o molesta a los otros,.. yo qué sé..."
Buena parte de los padres que traen niños hiperactivos a la consulta ignoran que lo son. En realidad, son las conductas disruptivas de estos las que los empujan a solicitar ayuda externa.
Cuando tras las pruebas oportunas les damos el diagnóstico suele producirse un choque inicial, pero luego cambia la perspectiva. De pronto ya no se sienten tan culpables por el comportamiento del niño. Intento entonces que recuperen a su hijo. Darle herramientas para que manejen los problemas adecuadamente y que se centren, al mismo tiempo, en mejorar la relación, en conocer en profundidad el trastorno para explicarlo todas las veces que tendrá que hacerlo en el colegio e incluso a su hijo.

Con el niño trabajo inicialmente, dependiendo de cómo se encuentre, en que tengan una mejor imagen de sí mismo y en que sea capaz de ofrecer algo más que empujones y pisotones a los demás. Muchas veces le enseño magia y en cada sesión, en función de las tarjetitas de un programa de economía de fichas que traiga, aprende un número de trucos que luego tiene que entrenar. De esta manera conseguimos que adquiera una habilidad por la que va a ser recompensado socialmente , igualmente entrena la atención, la concentración, la memoria, el autocontrol, la pausa entre su discurso y la respuesta del público, etc. En otras ocasiones, con padres muy distanciados, hemos organizado talleres de fabricación de juguetes caseros (más o menos los que hacía yo en mi infancia -hace nada, por cierto). La creatividad es fundamental. Tiene que aprender el niño, pero también su entorno tiene que cambiar.

Para el colegio la clave, el principio activo, es bastante simple: éxito. Una vez, hablando con una maestra sumamente estresada con una niña hiperactiva, le planteé que por las noches en lugar de prepararse para las pesadillas fantaseando con qué tramaría la niña para amargarla al día siguiente, optara por preparar mentalmente tareas en las que no hubiera posibilidad de fracaso. Por ejemplo, si le pregunta por algo que le ha soplado anteriormente y que se ha asegurado que lo tiene anotado justo delante, en su cuaderno, las posibilidades de que por primera vez se escuche diciendo en voz alta: "¡¡Bravo, Manuelita!!", son muy altas. Una vez desengrasada la puerta de entrada lo demás no es fácil pero es más llevadero.

Finalmente, entraron de nuevo los padres. "Bueno, ¿y qué hacen ustedes cuando el niño está entretenido con algo?". "No respirar"


lunes, 18 de agosto de 2008

Chocolate negro (2)




"E.", me manda este correo para que lo publique.




"Durante un tiempo estuve intentando comprender por qué hacía lo que hacía. Bueno, en realidad, sólo intentaba comprenderlo cuando me asaltaban los sentimientos de culpa, porque cuando estaba dándome el atracón parecía que estaba liberándome. Me arrellanaba en el sofá, sola, y me ponía a comer las tabletas lentamente. Otras veces comía galletas, pero casi siempre mis tabletitas. Veía la peli de turno y comía chocolate. Luego, en la cama, pensaba mil cosas. Inventaba conversaciones con la persona con la que me hubiera gustado estar. No eran conversaciones agradables, y eso que me las inventaba.


He estado anotando en las hojas que me entregaste para cuando me sintiera mal, una serie de cosas. Bueno, lo que hago y pienso en esos momentos. Llevo unos cuatro días haciéndolo porque al principio me acordaba ya tarde y no me apetecía, luego, como me diste tanta vara, todo hay que decirlo, comencé a escribirlo. Me doy cuenta de cómo empieza todo. Normalmente, creo que es algo entre el aburrimiento, la soledad, alguna frustración por algo que haya ocurrido con mis padres -vivo sola pero ellos están a la vuelta de la esquina-, o algo así. Pero cuando me pongo a comer las tabletas es como si me diera un premio. Un premio de consolación por lo mal que me trata la vida. Parece que diera todo por perdido y que, entonces, diera igual estar así o asá. Luego al leer lo escrito me doy cuenta de que hay un segundo momento en el que me siento aún peor. Es cuando fantaseo con esa persona y entonces quiero estar bien y me doy cuenta de que estoy peor físicamente, entre otras cosas por hacer lo que acabo de hacer, y me entran ganas... yo que sé.

El diagrama que me entregaste, en el que se ve lo que me pasa, al principio lo guardé en el bolso, pero ahora, tras anotar todo esto lo he estado mirando y es posible que realmente sea así, o que tenga algo que ver con la historia esa que me contaste. Ya veremos, ¿no?. En fin. Quiero dejar de estar así y, sobre todo, de hacer esto. Me comentaste que a otras personas les pasa lo mismo y que algunas de ellas lo han superado, y que algunas han quedado contigo en colaborar contigo en este blog. Ahora mismo no tengo muchas esperanzas, la verdad, aunque sí cierta ilusión. Al menos no he vuelto a comer tanto chocolate junto. Una tableta como mucho en total en estos días.


Bueno, un saludo. Nos vemos el próximo día."




jueves, 14 de agosto de 2008

Chocolate negro



Chateaba los otros días con una amiga cuando de pronto me dice: "Espera un momento". Esperé, pero cuando volvió escribía más lentamente, tardaba en responder, así que le pregunté: "¿Qué ha pasado?". "¡Oh, nada, he ido al frigo a por unas tabletas de chocolate!"
Mi amiga se estaba dando un atracón de chocolate. Ya sabes; el magnesio y eso. Libera endorfinas, sacia,.. Muy completito, el chocolate. La única pega es que es hipercalórico. 100 g de queso holandés, por ejemplo, puede tener la mitad aproximadamente de las calorías de la misma cantidad de chocolate.



"¿Sueles comer mucho chocolate?". "¡Uf!, me encanta. Pero no lo como tanto por eso, es más porque cuando empiezo a darle vueltas a las cosas... me amargo, y entonces... Aunque luego me siento mal"



¡Qué sabio era Skinner!. Me amargo -> Chocolate -> Me endulzo -> Sentimiento de culpa -> Más chocolate.



E., una paciente nueva, llegó muy deprimida. Con una gran sensación de descontrol que poco a poco fue derivando en depresión. Ante las contrariedades cotidianas respondía comiendo chocolate y hablando por teléfono a partes iguales. Cuando no comía chocolate, estaba a dieta estricta. Las dietas de este tipo suelen ser muy bajas en hidratos de carbono, los cuales favorecen la síntesis del triptófano, un aminoácido que luego se transforma en serotonina, que ayuda a estabilizar el estado de ánimo entre otras cosas. Un descenso radical de los hidratos de carbono conlleva casi siempre malestar, la persona se vuelve irascible, de mal humor, estados que suele achacar a su diana favorita: su cuerpo, sus relaciones,..

E. me dijo que iba a escribir en el blog sobre cómo le iba. Por lo pronto está sustituyendo el chocolate por los plátanos, que tienen también sus calorías, claro, pero enganchan menos y poseen muchas de las propiedades del otro. Me asegura que va a dejar las dietas y que se va a centrar en lo que quiere conseguir (algo parecido a lo que le ocurría a Sara).
Yo me he comprometido a quitar de en medio las tabletas de chocolate negro cuando venga a la consulta. Seguramente nos costará mucho a los dos.

martes, 12 de agosto de 2008

¿Prefiere ser Napoleón o Colombo?



Hay una película en la que el protagonista, por error, es ingresado en un manicomio. Allí observa aterrado a sus compañeros. Cada uno cree que es un personaje determinado. Todos parecen ajenos a la realidad. De pronto se le acerca uno y le dice: "Veo que estás asustado. No te preocupes. Lo que necesitas es un momión". "¿Un momión? ¿y eso qué es?", pregunta extrañado nuestro hombre. "Eliges un personaje y te metes en él. Ahí afuera la gente está fatal". En ese momento, miran hacia la sala de administración y ven a dos funcionarios discutiendo acaloradamente, mientras una tercera, sentada, se dedica a hacer palomitas de papel con indiferencia. El ambiente contrasta claramente con la armonía del manicomio, cada uno ejecutando con afectación su papel y los demás respetando lo que representan. ¿Quién le va a discutir a Napoleón si te dice que recojas la colilla del suelo?. Lo haces y te cuadras.
Para entrenar los cambios suelo preguntar a algunos pacientes si les importaría desempeñar un personaje determinado. Les resulta raro pero como se lo digo tan serio, asienten lo suficiente como para comprometerse. Hablamos entonces de cuál y casi siempre nos decidimos entre Napoleón y Colombo, que dan mucho juego terapéutico. Si uno va de Colombo por la vida, todo es mucho más fácil y predecible.
Toñi pudo superar su miedo a hablar en los grupos cuando se vistió de Colombo. Ya no tenía que decir algo importante o trascendente. Ahora bastaba con preguntar inocentemente. Se permite algunas licencias como no llevar gabardina, ni dejar la colilla colgando del labio inferior, pero bizquea y pregunta con el mismo tono.
En octubre vamos a hacer una reunión de Colombos en la consulta. Tomaremos café y pastas y resolveremos algún caso conjuntamente. Luego intentaré que me devuelvan los disfraces. A ver si hay suerte.

jueves, 7 de agosto de 2008

¡Esto es lo que hay!


Sara ha dejado la dieta estricta que seguía y ahora come unas cinco veces al día, de forma que no pasa hambre y así hay menos peligro de que caiga en atracones. También ha vuelto a salir por las mañanas y tardes desde su trabajo al centro del pueblo a hacer los recados y tareas que necesita. Está algo mejor. No obstante, teme que sea pasajero. Lógico. La inestabilidad emocional te hace ver la vida como si estuvieras en una montaña rusa,pero en realidad estás en un columpio, el impulso depende de ti. Ella ya conoce estos periodos.
Es importante identificar lo que ocurre en medio, entre este estado de estabilidad y aquel en el que quiere echarlo todo por la borda.

No es raro que a la pregunta de "por qué está usted mejor" los pacientes te contesten: "Pues no lo sé. Unas veces estoy así y otras mal". Uno espera atribuciones internas del éxito, pero no. De alguna manera, parece que es algo mágico y ajeno a su propio comportamiento y a cómo afronta las contrariedades. Es el loco ese dándole al acelerador de curvas en la montaña rusa, no soy yo balanceándome sobre la tabla del columpio.

Dibujamos una línea entre las situaciones de normalidad y las de abandono, y comprobamos toda la cadena conductual y las atribuciones que llevan de uno a otro lado. Nos fijamos una tarea: ir al bar al que acuden sus amigos (y ella cuando estaba bien). Vamos a llamar a ese bar El Pepito. Si está en su casa preparándose para ir al Pepito podrá ser más consciente de los pensamientos y conductas facilitadores y de aquellos que zancadillean su intención. Para estos últimos se ha llevado una pastilla amarillas llamadas: "¡Esto es lo que hay!, puesto que esos obstaculizadores normalmente están relacionados con "no quiero que me vean así", y como ella eligió la vía rápida para arreglar su problema... Ha de centrarse en la cervecita, conversaciones, fresquito y amigos del Pepito (lo que verdaderamente importa) y asumir que llegar hasta allí le va a suponer un nivel de malestar entre alto y muy alto, pero bueno, ¡esto es lo que hay!.


Nos vemos en El Pepito.





miércoles, 6 de agosto de 2008

Tocando el violín


Cada vez acuden a la consulta más niños a los que les va mal en el colegio. Cuando recojo su historia parece como si siguieran una especie de espiral descendente de abandonos. Primero trasladaron un mensaje pesimista desde el colegio: "su niño va fatal, tiene que estudiar más", la madre (casi siempre es la madre) se esforzó denodadamente durante dos o tres cursos en mejorar el rendimiento escolar del niño. La cosa acabó mal y donde antes hubo un hijo ahora hay un estudiante. De forma que la madre tira la toalla y decide que le den clases particulares. En las clases particulares nunca abandonan, pero el niño tampoco mejora significativamente (los que mejoran, obviamente, no llegan a la consulta), así que un día en la reiterada conversación entre madres alguien les habla de una consulta y acuden esperanzadas.


Es raro que sea el niño el que solicite a los padres que lo lleven al psicólogo, ellos han renunciado, en muchos casos, a seguir esforzándose y ahora va a costar reconducirlos. Una vez que han probado la dolce far niente la cosa se nos complica.



Es un tema que me interesa especialmente, de forma que volveré a él en varias ocasiones. Pero ahora quisiera centrarme en un aspecto fundamental del aprendizaje.



Recuerdo muy a menudo una investigación, un meta-análisis, sobre ¿cuál es la clave de la terapia?. Me llevé una sorpresa con las conclusiones: lo más importante no era seguir el modelo conductista, cognitivo-conductual, hacer psicoanálisis o terapia sistémica. Lo fundamental, lo que desnivelaba el resultado era... ¡el o la terapeuta!. Adivina el resultado si le dices a tu paciente que pasee un plátano atado a una correa por la calle Concepción, pero si se lo dice (decía) Albert Ellis ten por seguro que comprará una banana caribeña y una correa con chapa dorada.


Sin duda, la figura del maestro o la maestra es igualmente clave en el proceso no ya de enseñanza, lógicamente, sino en que el niño distinga entre estudiar y aprender, que disfrute en lugar de sentir y vivir el colegio como un martirio. Eso se nota más incluso con niños con dificultades escolares.


Me acuesto muchas noches con mis hijas a leer, nos ponemos los tres juntitos (qué calor) y leemos por turnos. Antes de la lectura solemos reflexionar sobre cosas cotidianas o más trascendentes. La otra noche, pensando en esto, les comentaba que aprendieran a distinguir entre las personas que te enseñan y las que te hacen crecer. A las dos hay que estarles agradecidos, pero a las segundas hay que reservarles un lugar en nuestras vidas. A mis hijas les encanta aprender -ese es el suero gota a gota que hemos intentado inculcarles la madre y yo-, pero este año han tenido la suerte de tener algunos de esos maestros -en este caso, maestra- de las que ayudan a crecer. Disfrutan de las clases, son divertidas y dinámicas, utilizan las nuevas tecnologías, se graban, lo cuelgan en un blog y luego pueden ver o descargar los videos. Los miro salir de la clase y van todos tocando el violín.


Gracias, seño.

lunes, 4 de agosto de 2008

Una cucharadita de control, por favor

Piense en lo siguiente: Está usted trabajando en una planta con diez personas más. Apenas le separa un mampara y la distancia no llega al medio metro de una a otra mesa. El jefe o la jefa están metidos en una urna de cristal allí al fondo, tampoco demasiado alejados. Su compañera, que es muy cumplidora, coge una gripe y la sufre a pelo encima de su silla giratoria. Lanza los pañuelos llenos de moquito justo a la papelera que tiene a su espalda y falla, claro, es lo que tiene la gripe. Usted es muy limpio y no soporta los pañuelos en el suelo, así que uno a uno los va encestando a corta distancia con simulado disgusto. En una semana, cuatro de los compañeros están con gripe y usted no, ¿por qué?.
Esta es la pregunta básica de un libro titulado más o menos así: "¿Por qué unos enferman y otros no?". Parece una simpleza pero no lo es. Llevo mucho tiempo observando a estas personas. A las resistentes. Algo así como diez años agrupando observaciones, de forma poco sistemática como casi todo lo que hago, sobre estos aspectos.
A veces, a algunos pacientes les pregunto: "¿usted se resfría mucho?", y luego comparo su respuesta con su perfil de personalidad (normalmente utilizo el Millon). Así se va fraguando un historial de correlaciones entre las variables que miro, esencialmente dos: control percibido y redes de apoyo.

Hace años, cuando trabajaba con personas mayores y cuidadores, me centré mucho en las redes de apoyo, en no hacer intervenciones individuales, en que todos los equipos adoptaran esta perspectiva. Luego, desde la práctica privada, sumé especialmente el factor "control".

Mi objetivo es que cada paciente se lleve una cucharadita de control desde la primera cita. Si ve que está en su mano, el final está más cerca. Un problema interesante al respecto es curiosamente la búsqueda de control sobre lo que no se puede controlar. Me explico. Usted no puede decirse a sí mismo: "voy a dormirme en tres, dos, uno... ¡ya!", ni tampoco "ansiedad mira tengo visita con una nueva amiga a las ocho, ¿te importaría dejarnos solos?". Buena parte de las cada vez más frecuentes consultas relacionadas con la ansiedad, giran en torno a este problema. Es decir, a convertir la solución en el problema. Usted intenta controlar lo que no puede controlar, luego el resultado es que siente más descontrol, así que lo intenta con más fuerza,...

La mayor parte de los libros de autoayuda al uso giran en torno a la idea de "cómo acabar de una vez por todas y para siempre con la ansiedad". Y esto da lugar a estrategias desafortunadas en muchos casos, centrándose más en cómo manejar el hormigueo de las manos, por ejemplo, que en vivir su vida.

Es decir, el control está en la base de nuestras acciones. Unas veces para decirle al paciente: "controle lo que pueda controlar", y otras para darle una cucharadita colmada de control percibido.